La historia de la humanidad es la historia de las movilizaciones humanas y, como consecuencia de ello, de los mestizajes que enriquecen culturas y forjan civilizaciones. Se desplazan de sus lugares de origen a causa de guerras, hambre, intolerancia, fanatismos religiosos, catástrofes naturales. Los seres humanos se mueven de un lugar a otro, es y ha sido inevitable.
En años recientes, hemos podido constatar como decenas de miles de personas huyen de la violencia, del hambre y de la falta de un futuro digno de regiones que padecen de la violencia extrema con la única aspiración de sobrevivir. Para el caso de las semanas recientes su origen es Siria e Iraq. Su destino: los países del norte desarrollado y, en especial, los países de la Unión Europea. La fuerza de voluntad y el instinto de supervivencia de más de 300 mil emigrantes han superado, con la solidaridad social y no política, las leyes de esos estados desarrollados y ricos.
Podríamos creer, ingenuamente, que la humanidad había llegado a un nivel de desarrollo, ya entrado el siglo XXI, capaz de gestionar este fenómeno con mayor respeto a los derechos inmanentes a la persona humana. Penosamente, no ha sido así. A las causas de esos desplazamientos hay que sumar factores que los hacen aún más trágicos: la trata, el tráfico de personas, los abusos, la violencia, la explotación. Todo de manera indiscriminada y los más afectados: los niños y las mujeres.
Para gestionar adecuadamente el fenómeno y para combatir esos factores, la ONU adoptó hace 25 años una Convención para proteger los DD.HH. de los migrantes. La hipocresía de los países desarrollados, que no han ratificado la convención, ha impedido que esta preserve los derechos de todos esos migrantes y sus familias. Se han aprovechado, eso sí, de su mano de obra y de sus recursos para mantener sus economías y su bienestar, pero no han pensado en que detrás de esa fuerza laboral hay personas. A la fecha la Convención tiene solo 48 estados partes, todos países en desarrollo de África, Asia y América Latina.
Ecuador tiene el mérito, desde décadas atrás, de haber ratificado todos los tratados de derechos humanos. El de los migrantes no podía ser una excepción. Es más, desde 2000 tiene un miembro en el Comité de expertos que, elegidos a título personal, vigila el cumplimiento de la Convención y que hasta fines de este año ese ecuatoriano tiene el honor de presidirlo.
Lo que acontece con en el mundo ahora, con muertos que se cuentan por miles, heridos, familias rotas, desarraigados, al huir para sobrevivir, es, paradójicamente, el momento más apropiado para ratificar la Convención de la ONU para los migrantes y hacer el esfuerzo conjunto por defender sus DD.HH.
Se conmemoraron la semana pasada en Ginebra esos 25 años. Y aquí la manida pero apropiada frase “¡Todos somos migrantes!”. Lo cual es cierto…