Once años

Cuando el calendario señale enero del 2011, los ecuatorianos habremos entrado al duodécimo año en que rige el sistema de la dolarización. Aún cuando algunos le siguen echando la culpa de todos los males económicos, más por razones ideológicas que por cualquier otra causa, la verdad es que la mayoría de los agentes económicos no desean saber nada de un posible cambio de sistema. Es más, la sola idea los paraliza del miedo. Hay que hacer memoria que, en sus inicios, desde connotados analistas económicos ahora tachados de ‘ortodoxos’, hasta quienes hoy son parte de este Gobierno, denostaban contra esta medida. En los actuales momentos, ni unos ni otros, por distintas razones y reflexiones, se les ocurriría plantear una salida de ese esquema, aunque esta pretendiera ser ‘ordenada’. Simplemente no hay posibilidad de evitar que los ciudadanos a la menor acechanza de que puedan perder sus dólares, se vuelquen ante las ventanillas del sistema financiero demandando sus depósitos. Una avalancha de esa naturaleza nos colocaría a las puertas de otra crisis similar a la que se abrió paso hace una década, con las nefastas consecuencias para la economía de la mayoría de hogares y el posterior desencadenamiento de un período de inestabilidad política.

Lo anterior nos debería volver a los ecuatorianos proclives a evitar esas penosas experiencias y esforzarnos en encontrar, con el concurso de todos, sostener al sistema. Verdad es, como lo han señalado especialistas, que el país perdió la posibilidad de tener una política monetaria propia, lo cual puede ser criticable, pero en los hechos el sistema otorgó lo más preciado para la economía: confianza, permitiendo que en un plazo muy corto el país se levantara de la que quizás fue la mayor crisis de su historia.

Once años después el país casi ha triplicado su PIB, los salarios de los trabajadores han crecido y el sistema financiero ha abierto líneas de crédito para financiar viviendas a mediano plazo. Todo esto ha transformado al Ecuador. Al mirar esta experiencia cualquier Gobierno, fuese cual fuere su signo, debería ser el eje motivador para que los distintos sectores aprovechen de la coyuntura y contribuyan con su esfuerzo al crecimiento del país. Para ello lo único que se necesita es un poco de apertura y un criterio más amplio. No es necesario renunciar a nada, simplemente con el concurso de todos encontrar soluciones a graves problemas.

La dolarización en un momento fue un escape y con el tiempo se ha convertido en un referente de estabilidad. Ponerla en riesgo sería una equivocación en todos los órdenes. Pero por más que pueda existir conciencia, nuestra economía sigue siendo frágil y extremadamente dependiente de la suerte que corra en el mercado mundial el precio de nuestro principal producto de exportación. Bien haríamos todos si, de manera franca y abierta, reflexionáramos sobre estos tópicos.

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