Olvidar y recordar

En la noción de patria nunca dejará de estar presente el recuerdo del origen común de aquellos pueblos que bajo una misma bandera se cobijan, la grandeza y el dolor de una historia compartida, el peso y la herencia moral de unos antepasados. La memoria late siempre viva en pueblos como los nuestros, surgidos del mestizaje, engendrados luego del alboroto de la conquista, del genocidio de la colonización.

Para pueblos como los hispanoamericanos que no ha mucho emergieron de la mezcla de razas y culturas enfrentadas, la cuestión de la identidad se presenta como un vano intento por reconocerse entre los fragmentos dispersos de un espejo roto. Somos un pueblo con raíces bifurcadas. Los progenitores de quienes descendemos se los cuenta tanto entre los despojadores como entre los despojados. Cada quien evocará a sus abuelos: unos de los europeos, otros de los amerindios y otros de los africanos.

Filiaciones aceptadas y filiaciones soslayadas. Aguas distintas bajan por cauces distintos, al llegar al valle se buscan, se encuentran y se funden. Aquello que fue transparente un día, turbio será al final. En cada pueblo persistirá su ritmo y su memoria, formas propias de ser y hacer, de gozar y sufrir, de recordar y olvidar, de vivir y morir.

Con el paso del tiempo vino la admisión y el rechazo, la negación de la mezcla, la abjuración de lo mestizo. Ello explica el hecho de que la historia no siempre une a los miembros de una comunidad. El engendramiento de nuevos linajes los enfrenta y desvincula, rememora los traumas del origen. Las estridencias de aquella lejana cópula disuenan todavía.

La construcción de la nación supone no solo el cultivo de la memoria de las grandezas pasadas sino, además, la disposición para el olvido de pretéritos enconos. En toda historia humana hay mucho de dolor y miseria; no obstante, la armonía social implica la paulatina superación de rencores y desorden.

Somos ahora un pueblo distinto y distante de los elementos originarios, una comunidad plural que ha ido transformándose en el crisol de la secular convivencia entre etnias y culturas. Los ecuatorianos somos un pueblo original, fruto de nuestra invención, el resultado de un largo y doloroso irse haciendo, la consecuencia de búsquedas y hallazgos, el resultado de tientos, traspiés, aciertos y aprendizajes. Decididos a superar la historia nos sentimos distantes de aquellos bandos que hace cinco siglos se enfrentaron con bronca furia en los gélidos riscos de los Andes, distantes de aquella banda de aventureros que arriesgaron todo por la gloria y el oro, distantes de aquella horda de guerreros valerosos que blandieron la piedra para acallar al arcabuz. El tiempo, la memoria, el dolor y el olvido nos han vuelto diferentes, una comunidad que asume la diversidad como origen y la multiculturalidad como destino.

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