El indulto taurino más grande de la historia se dio el miércoles en una de las plazas españolas más habituadas a celebrar fogosas faenas, el Parlamento catalán. Se aprobó la ley que prohíbe las corridas de toros en la Comunidad Autónoma catalana.
Una sacudida de este calibre no suele suscitar indiferencias. La fiesta taurina ha generado bandadas de opiniones que se adjudican la propiedad de la verdad; llevándoles a descalificar a las posiciones opuestas con crueldad e injusticia.
Es el caso del filósofo Fernando Savater, que publicó varios argumentos que le permiten descalificar al Legislativo catalán acusándolo de resucitar el Santo Oficio. Comienza por anunciar la verdad respecto a la naturaleza de los animales domésticos; su razón de ser y de existir es en función del fin que le dan los hombres. “Todos esos animales y tantos otros no son fruto de la mera evolución sino del designio humano”. Lo que le permite sentenciar “a los animales domésticos se les maltrata cuando no se les trata de manera acorde con el fin para el que fueron criados’ Tratar bien a un toro de lidia consiste precisamente en lidiarlo”.
Por otro lado, critica al Parlamento, señalando que no es su función el definir pautas de comportamiento moral “por ejemplo diciéndoles (a los ciudadanos) cómo deben vestirse para ser ‘dignos’ y ‘dignas’ o a qué espectáculos no deber ir para ser compasivos como es debido”.
Si abstraemos su primer argumento, básicamente señala que las cosas se definen por su función, y que lo correcto -léase, lo moral- es darles su uso. Podemos detectar aquí uno de los errores recurrentes en la filosofía, la confusión entre el ser y el deber ser. Tomemos el ejemplo de una pistola: el hombre ideó este objeto-concepto, el ‘correcto’ uso de una pistola sería dispararla. Pero esto no quiere decir que el objeto-concepto ‘pistola’ sea en sí mismo un objeto moralmente bueno; análogamente al objeto-concepto ‘esclavo’, que antes que darle su función congénita, entendemos ahora que éticamente su función es la de estar en los anales de los libros de historia. Ergo, que sea correcto lidiar a un todo de lidia, no quiere decir que sea moral la existencia del acto ‘lidia’.
El error más grave radica en su segundo argumento; puesto que es específicamente la determinación de la moral nacional el cometido de los parlamentos. Todas las leyes y su espíritu, todas, responden in fine a lo que los representantes de un pueblo consideran moralmente adecuado. A.e. condenamos la estafa y no reconocemos el matrimonio homosexual porque los ecuatorianos los encontramos moralmente reprochables.
La filosofía de la ética no nos provee suficientes instrumentos para condenar o rescatar la fiesta taurina. En una siguiente entrega propondré la filosofía política.