Caminaba por el parque La Carolina cuando me sorprendió la intensa bulla generada por los automovilistas sonando los pitos de sus vehículos. Curioso, como buen quiteño, me acerqué al foco de la conmoción. Eran jóvenes y adultos, hombres y mujeres frente a la Fiscalía con carteles de apoyo a los familiares de Natalia Emme. No me sorprendió tal muestra de solidaridad tan característica de esta ciudad, lo que me llamó la atención fue el tono de uno de los actores de la protesta: el de los automovilistas. Muchos de ellos desde más de una cuadra del sitio de concentración ya hacían chillar con una fuerza inusitada las bocinas de sus carros.
Esta situación me evocó los meses de marzo y abril de 2005 cuando Quito de a poco se transformó en un solo estruendo debido al inmenso coro de pitazos que revelaban no solo fastidio colectivo y rechazo a Lucio Gutiérrez sino el enlace, la complicidad de sentimientos y el compañerismo que a través de la bocina teníamos los del VW, del Toyota o del Vitara contra la situación que vivía el país.
Ese recuerdo me ha llevado a preguntarme la validez de la hipótesis de la revista Vanguardia, basada en varias encuestas, de que la clase media de Quito se está hartando del Gobierno. Tal parece que sí. Uno lo constata cada vez más en las reuniones familiares, académicas y sociales. Y si esto es cierto, el Régimen debería preocuparse seriamente.
Esta es una ciudad que tiene un acumulado de lucha importante. Ha botado presidentes no solo por razones económicas sino y fundamentalmente por asuntos de ética, estética, respeto, fidelidad al cambio… Es una ciudad con una clase media que no le gusta que le tomen el pelo y que valora las formas. Cuan frescos están en la memoria los Bucaram, Mahuad y Gutiérrez y sus ministros: la fraudulenta tesis de grado de Sandra Correa, la fiesta del primer millón del hijo de “Batman”, la plata regalada a los bancos, el ministro de los calzoncillos, la desfachatez y prepotencia de la “Pichi” Corte…
No creo que el Gobierno esté en situación crítica, pero si que el vaso se está llenando: supuestos contratos públicos oscuros, clima de confrontación y descalificación permanente, el ITT herido, apresamiento de quien hace malas señas a la caravana oficial, Fiscal aferrado al puesto, “Patria alfabetizándose”…
Hay agotamiento. Muchos frentes abiertos a la vez. Hay menos cuadros: el reciclaje no da más. Toparon techo el marketing, las cadenas y algunas políticas estrella. Más indígenas, trabajadores y estudiantes descontentos.
Nadie quiere que se vaya el Gobierno. Debe acabar su mandato, pero bien. Pero tiene que apuntalar los logros y enfrentar los errores; reinventarse, ajustar las políticas y programas a los mandatos de la Constitución y ampliar los espacios de diálogo y alianzas. Si no, ojo con la clase media.