Todos los optimistas que pensaron que la crisis de los subprimes era material para historiadores, deben sorprenderse del estreno de su secuela: la “crisis europea de la deuda”.
Pese a las colosales medidas de la UE, las bolsas agonizan de nervios y el euro continúa en un desplome cuyo fin parece impredecible. El malestar amenaza con emigrar fuera del espacio Schengen y afectar la economía mundial, cosa que llama la atención de líderes globales.
Es el caso del presidente del Banco Mundial, Robet Zoellick, que publicó un artículo en el Financial Times señalando la vía a los líderes europeos, “Miren a los países en desarrollo”. Él recuerda el endeudamiento de los países latinoamericanos en los años 80, para luego razonar que no es una sorpresa que las bolsas no confíen en las medidas adoptadas. Un simple aumento de rigor fiscal, más impuestos y reducción del gasto, no es una solución suficiente; y si no que nos pregunten a los latinos, quienes a causa de estas políticas tuvimos que vagabundear durante una década perdida.
Europa necesita de crecimiento de su economía, sino los recortes presupuestarios o aumento de ingresos fiscales serán demasiado amargos para la población. Y, ¿cómo conseguir el crecimiento? Las palabras de Zoellick van en un doble sentido.
Primordialmente, él recomienda a los países desarrollados asumir el tipo de políticas económicas que adoptaron los países “success story” del momento, China e India. Pregona una inversión dirigida a desarrollar la infraestructura, abriendo oportunidades y mejorando la productividad del capital invertido, además de reformas que inciten a la innovación privada y la creación de empleos.
Pero hay otro sentido, que algunos economistas parecen apetecer más. Traducir el crecimiento de los países en desarrollo, en crecimiento propio. Es decir, favorecer la implantación de todas las posibles empresas en esos países para que estas absorban y transfieran la riqueza.
Es una estrategia lógica y coherente con el mundo globalizado que tenemos. Pero, en alguna parte de esta estrategia algo huele un poco rancio, y que muy pocos han detectado. Hay una cuota de injusticia en el hecho de que en un grupo de países que estaban viviendo por encima de sus medios, se identifique como solución a sus finanzas la extracción de riqueza generada en otros sitios; particularmente cuando esos otros países tienen altos niveles de pobreza y dan sus primeras probadas de progreso.
Es positivo que el mundo entero se beneficie de las olas que emanan del progreso de los BRIC. Pero ojalá ese desarrollo implique la generación de industria y grandes empresas localizadas en otras partes del mundo, y no una nueva mina de oro para quienes no son los más necesitados.