Lo que estamos viviendo es tan complejo que necesitamos cambiar nuestra forma de ver la vida para que podamos construir un país que se inserte en la modernidad. El Ecuador ha vivido los últimos 50 años de la renta petrolera, pero ahora ya precisamos vivir de nuestro talento, para hacer los cambios estructurales que nos permitan progresar sostenidamente. Falta pensar con el corazón para sacar de la pobreza a los 4 millones de ecuatorianos que siguen siendo pobres en el presente siglo y falta talento para incluir gradualmente a esa población en el trabajo formal con protección social.
Hay que saber pensar para hacer una estrategia de nuevo desarrollo, que debe ser diseñada y adoptada en este año, que priorice un cambio sustantivo en la educación de esa gente pobre que ya no aguanta más y cae en las tentaciones de la criminalidad. Dar un vuelco a la educación de este segmento de población joven, regalando conectividad digitalizada para que esos niños también puedan disfrutar de la modernidad. El endeudamiento debe financiar la preparación del capital humano para que sea competente y haya paz.
También se requiere que las élites económicas disminuyan su tendencia de mayor acumulación, privilegiando desde ya a las inversiones que potencien los cambios estructurales, para hacer carreteras rápidas con recursos públicos y privados.
Cuando surgió la riqueza petrolera, el país creyó que un Estado fuerte podía hacer todo, usando la inversión pública en la gestión de todos los servicios y creando empresas estatales que, como son de todos, no son de nadie, porque nadie se duele de lo que es del sector público. Al cabo de 50 años nos damos cuenta de que necesitamos la inversión privada para mejorar la productividad del trabajador ecuatoriano.
Esta estrategia deber ejecutarse en forma gradual, consensuando las decisiones para que se sincere la economía. Para esto necesitamos que haya programas y proyectos rentables, que sean atractivos para los que arriesgan el capital, pues si no hay rentabilidad nadie invierte.
En los próximos 20 años debemos modernizar toda la producción agrícola para asegurar la alimentación con bienes accesibles, que compitan en los mercados exteriores, como han hecho los productores de camarones.