De él aprendimos algunos a desechar boletines de prensa. A rechazar regalitos que atentaban contra la ética periodística. A tener más dudas que certezas. A no creer verdades oficiales ni ser eco de intereses particulares, sean políticos o económicos. A que, desde el periodismo, se podían debatir y confrontar ideas e, incluso, se podía formar ciudadanía.
De él aprendimos algunos que el periodista no es igual que un notario, que las cosas no son en blanco y negro y que no hay verdades absolutas. De él aprendimos el oficio de escribir y de darle valor a la palabra. Verificar datos, escudriñar archivos, ser estrictos con las fuentes, investigar y documentar han sido sus premisas.
Soñamos, algunos, con que desde este oficio se podía cambiar el mundo, sumar en lugar de dividir, convocar, exigir, incluir, construir en lugar de destruir.
Decía que las élites no habían cumplido con su responsabilidad, que las izquierdas así como las derechas y los centros, tenían que renovarse, que el país tenía que buscar nuevos derroteros. Lo dijo cuando Bucaram, cuando Mahuad, cuando Gutiérrez, desde páginas de este Diario. Y se volvió piedra en el zapato para algunas instancias del poder.
Él, hace cinco años, hizo una apuesta: Vanguardia. Una apuesta periodística (que ha llegado a los 259 números) que hablaba de provocar debates y propiciar acuerdos, de hacer aportes para un país que quería y quiere cambios. Una apuesta que sumaba a empresarios de distintos medios, volviendo socios a quienes antes eran ‘competencia’.
José Hernández ha dado “un paso al costado”. Uno menos, dirán sonrientes quienes apuntan con el arma del silencio a la, hoy tan odiada, prensa nacional.
Deja Vanguardia. Pero no deja de ser un referente para el periodismo ecuatoriano (sus detractores dirán “colombiano”, con desprecio, pero es hijo adoptivo del país, tan nacionalizado como el Vicecanciller). Un referente, como lo fuera, en su época, el cro-nista Raúl Andrade Moscoso (que por cierto, trabajó muchos años en Colombia); lúcidos en sus análisis, perspicaces frente al poder, agudos en sus críticas, convencidos.
Gústeles o no, el periodismo ecuatoriano tiene un antes y un después de José Hernández. Nos ayudó a muchos a repensar el oficio, ha sido un puntal para quienes compartimos con él largas discusiones en las salas de redacción, reflexiones sobre la democracia, sobre el poder, sobre lo contemporáneo, sobre arte y literatura, sobre la urgencia de las ideas, sobre el papel de los intelectuales.
Él dice que el periodismo es un oficio imposible. Tiene razón. Hoy, más que nunca, tiene razón: es un oficio imposible.