Odisea hacia atrás: no de regreso a casa ni a la patria, sino fuga de patria y hogar hacia la incertidumbre, por encontrar un lugar distinto en que descansar del largo y penoso viaje, espacio en que situarse y encontrar lo que aún no tiene nombre. Perdieron sus certezas: trabajo, casa, pan cotidiano, pequeñas posesiones, su incierta seguridad… Como tras una guerra atroz que hubiera destruido todo obligándoles a huir, abandonan Venezuela, su país, el mayor productor de petróleo en América, hoy en pedazos… La desgracia, la desazón impensable de la corrupción les fuerza a abandonarlo todo, hacia la nada.
Multitudes. Matrimonios con hijos pequeños; jóvenes solos o en pareja arrastran su maleta o cargan su mochila a la espalda con lo que fue su cuarto, su casa, donde radicó su esperanza.
¿Recalarán en Brasil, Colombia, Ecuador, Perú, Argentina? ¿Qué lugar, qué personas les recibirán sin rechazo, generosamente abiertos a compartir su pan, si lo hay, a darles lugar en su lugar? ¿Hasta cuándo?
‘La situación fue crítica en Brasil: los lugareños quemaron los enseres y carpas de los inmigrantes’. ‘Los lugareños’ no quieren añadir indigencia a su pobreza. Pertenecen también a inmensos territorios vaciados por la corrupción de sus políticos. El emigrante sale de un país grande y rico, despojado por revoluciones que comenzaron y terminaron en la ambición repleta de unos pocos, hacia otro país grande y rico, de riqueza mal distribuida, con islas de miseria donde debe haber abundancia, con ‘sertones’ sin promesas, ‘gracias’ a una corrupción sin límite; los brasileños ‘de ahí’, saben lo que es bregar por un trozo de pan en el desierto, ¿cabe esperar que compartan aquello de lo que les priva su cotidianidad? La indignación de pobre contra pobre no tiene límites: se rechaza al emigrante con odio y fuego.
Nuestro país ha recibido a miles de venezolanos: algunos llegaron con la esperanza de seguir su viaje a países más grandes y prósperos, Perú, Brasil, Chile, Argentina quizás. Otros, protegidos a medias, confían en encontrar algo en nuestra patria que no les ha sido hostil. Pero desde hace dos días, anochecen y amanecen en el frío de oficinas de migración, en espera de que ‘se elimine o flexibilice’ la nueva exigencia de contar con pasaporte, impuesta por nuestro Gobierno, quizá a sabiendas de que, en la maldad y el caos de la revolución bolivariana les será imposible conseguirlo.
¡Tan triste panacea contra las multitudes que cruzan nuestro puente les disuadirá de seguir adelante? ¿Dónde se detendrán? ‘No estamos migrando porque queremos, sino porque el Gobierno nos mata de hambre’, confiesan. ‘Es preferible morir acá, que regresarnos’.
Tratan de ingresar por pasos de El Carmelo, La Pintada, Cerro Troya, Río Carchi y otros ‘puntos no autorizados’.
¿Cuándo terminará su condena y la de su desdichado país? ¿Qué se pregunta el mundo, qué nos decimos, ante tamaño absurdo?