Respondía a la crítica con firmeza, pero con razonada mesura. Era a veces fuerte con sus adversarios, pero nunca cayó en la vulgaridad. Era lapidario. Llamó a Febres Cordero “insolente, recadero de la oligarquía” y así quedó hasta más allá de su muerte. Tenía paciencia con la protesta popular y no perdía la compostura cuando debía soportarla. El día de su muerte se aguanto una reverenda pifia y no se inmutó hasta el fin de su discurso de homenaje a los héroes, cuando todos tuvieron que decir: “viva la patria”.
Así era Jaime Roldós Aguilera, el más notable jefe de Estado de las últimas décadas. Eso queda claro en el documental ‘La muerte de Roldós’. El presidente, joven, informal, franco, radicalmente progresista, sabía mantener la dignidad presidencial, o lo aprendió muy pronto.
El reportaje dirigido por Manolo Sarmiento y Lisandra Rivera ofrece una visión de los años del triunfo de Roldós, de su gobierno y su muerte, o “sus muertes” para ser exacto. La una por el accidente, sobre el que hay muchas evidencias de que fue por un atentado, y la otra por el manoseo político caudillista de su nombre y el de Martha, su esposa.
El reportaje, además de presentar la personalidad y obra de Jaime Roldós, y dar algunas pistas sobre su muerte, lastimosamente no todas las que existen para confirmar la tesis del atentado, refresca la memoria de un jefe de Estado joven que planteó una profunda reforma y la consolidación de la constitucionalidad. Y lo hizo enfrentando conflictos, rupturas, decisiones cruciales, no siempre acertadas, pero conservando el decoro de quien estaba investido de la representación nacional .
La presentación de la obra es oportuna cuando están en el poder gobiernos de tendencia progresista en la mayor parte de Latinoamérica, y porque Roldós debería inspirar al presidente Correa en varios aspectos, sobre todo en la postura de desafío al poder imperial estadounidense con políticas firmes más que con palabras, y también en eso de mantener la dignidad presidencial.
Gobernar con altura, con decoro, con paciencia, “ocupando el puesto”, es algo que se debe aprender cuando no se sabe. Y Rafael Correa ya debía haberlo hecho porque lleva en el poder más de seis años. Pero, por desgracia, el estilo agresivo, ofensivo, permanentemente provocador, se ha ido profundizando.
Agredir en la forma más feroz a un artista comprometido y libre como Jaime Guevara, y luego, cuando quedó en evidencia que sus afirmaciones eran falsas, tratar de justificarse, culpando a otros, ofendiéndolo aún más, usando el mensaje de supuesta solidaridad de un esbirro, está muy mal. Eso denigra la dignidad presidencial. Un verdadero jefe de Estado no puede actuar como peleón de barrio, como muchacho exaltado de los que ahora no pueden protestar. Debe ante todo “ocupar su puesto”.