Octubre no es ni triunfo ni derrota sino todo lo contrario. Octubre duele. Octubre es herida abierta. Octubre muestra un país roto en pedazos. Octubre de caos. Octubre de represión y muerte. Octubre que no termina.Octubre es moneda de dos caras: para el Gobierno en general (y para la ministra Romo en particular), un frustrado golpe de Estado orquestado por el correísmo; para los dirigentes indígenas, una exitosa jornada de lucha y protesta.
Para el Gobierno, el ataque de unos cuantos vándalos, violentos y desestabilizadores. Para los indígenas, la represión más grande que se ha vivido los últimos tiempos. Para los estudiantes universitarios, Octubre fue solidaridad y empatía. Para la prensa, caos. Para las cámaras, pérdidas económicas. Para el Municipio: destrozos en el patrimonio. Para algunos alfiles del correísmo, el pretexto para declararse perseguidos.
Todo y nada es verdad. Todo y nada es mentira. Octubre fue distinto para cada uno de los ciudadanos, hombres y mujeres, poderosos o no, dependiendo de la orilla en la que les tocó vivir esos días de 2019. Y cada ciudadano, sea en las marchas, en la calle, en las zonas de paz (universidades), en sus casas —a puerta cerrada, con temor a salir— sufrió ese Octubre de bombas lacrimógenas, disparos en los ojos, correterías entre policía y manifestantes, palos y piedras, detención arbitraria y peligrosa de ambulancias, toque de queda, furia que no se pudo contener, señales inequívocas de racismo, guerra de noticias falsas y aprovechados politiqueros.
Nadie se lleva la gloria. Nadie se lleva el trofeo. Octubre es el resultado de la dolorosa realidad de un país herido y profundamente desigual, con una enorme brecha social y económica y con unos gobernantes sordos y ciegos, incapaces de volver su mirada a las necesidades de la gente, a las demandas de los distintos colectivos que participaron en las protestas (estudiantes, ambientalistas, trabajadores, campesinos), indolentes frente a sus reclamos y a las necesidades de miles; incapaces de detenerse a pensar en la frustración de cientos de jóvenes marginados que hoy patean calle en las ciudades; gobernantes y dirigentes negados al diálogo y a la escucha; mediadores que, salvo lograr una tregua en el momento, no empujaron acuerdos mínimos ni han trabajado en ello. A un año de Octubre nadie está procesando lo que ocurrió y lo que puede repetirse en un futuro no muy lejano. En lugar de procesarlo, parece que cada uno de los protagonistas está haciendo bandera de sus acciones, acomodando los relatos a sus egos, haciendo de la tragedia de Octubre, un débil trofeo. Octubre es, un año después, un caldo aliñado con sinsabores: la crisis de la pandemia, el altísimo desempleo, la corrupción en su estado más detestable, el abandono y la inequidad. Una olla de presión que nadie quiere abrir porque puede volver a estallar.