En otros tiempos, la diferencia entre las fuerzas que actuaban en el escenario político era clara: según el contenido de sus discursos, era posible identificar a la derecha conservadora y a la izquierda socialista, y entre las dos, a un centrismo liberal. El debate entre esas fuerzas era entonces un debate doctrinal y la importancia de los personajes estaba en proporción directa con su talento para defender sus convicciones. Se entendía que todos buscaban un mismo objetivo, que era el fortalecimiento de la República y el mayor beneficio para la sociedad: lo que les diferenciaba era su concepción sobre el camino que se debía recorrer para alcanzar “el bien de la patria”, como se decía entonces. Mientras los unos creían que debía mantenerse el orden heredado de la Colonia, bajo el amparo de la Santa Iglesia Católica, los otros creían que se debía poner la historia en manos de los trabajadores, bajo el amparo de San Carlos Marx. Los intermedios, si bien se alejaban de la Iglesia y de todos los santos, no eran del todo ajenos al “orden” imperante, pero en lugar de confiar en los trabajadores ponían el futuro en manos del Capital, bajo el amparo de Adam Smith y de sus hijos.
Desde luego, este era solamente el panorama ideal. En todas las tendencias había también los arrimados, los buscavidas, los insinceros arribistas, los que solían usar las ideas como el papel de empaque para envolver sus personales intereses. José Carlos Mariátegui denunció ya en 1928 el deterioro de las ideas al escribir estas palabras: “Nueva generación, nuevo espíritu, nueva sensibilidad: todos estos términos han envejecido. Lo mismo hay que decir de estos otros rótulos: vanguardia, izquierda, renovación. Fueron buenos y nuevos en su hora. (…) Hoy resultan demasiado genéricos y anfibológicos. Bajo estos rótulos empiezan a pasar gruesos contrabandos. La nueva generación no será efectivamente nueva sino en la medida en que sepa ser, en fin, adulta, creadora.” (Cf. “Aniversario y balance”, Amauta 17, Lima, setiembre de 1928).
Casi cien años después, estas palabras pueden ser repetidas con absoluta actualidad y son válidas para todas las tendencias. Los contrabandos que pasan hoy bajo los rótulos de “vanguardia, izquierda, renovación” (y también bajo el ambiguo nombre de “progresismo”) quizá sean ahora mucho más gruesos que antes, pero ya no hay nadie dispuesto a denunciarlos. Los intelectuales de izquierda, que podrían trabajar como aduaneros, se resisten a desempeñar ese papel y con mucha frecuencia actúan ellos mismos como contrabandistas. Si no recuerdo mal, la última vez que se oyó un enunciado doctrinal fue a finales de los 60, cuando se dijo “justicia social con libertad”. Todo lo que vino después fue el vaciamiento de las palabras. Por eso me parece necesario preguntar si las nuevas generaciones se encuentran en condiciones de hacer frente a los retos del presente como un nuevo contingente “adulto y creador.”