Mantengo mis simpatías por Barack Obama, presidente de Estados Unidos de América. Fue quien llegó al poder del país más poderoso del mundo con un mensaje de indignación: “Nuestra capacidad no ha disminuido. Pero el tiempo del inmovilismo, de la protección de intereses limitados y de aplazar las decisiones desagradables, ese tiempo seguramente ha pasado. A partir de hoy, debemos levantarnos y volver a empezar la tarea de rehacer Estados Unidos”. “Una nación no puede prosperar durante mucho tiempo si favorece solo a los ricos”. “No nos podemos permitir más la indiferencia ante el sufrimiento fuera de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos del mundo sin tomar en cuenta las consecuencias”. “Nuestra economía está gravemente debilitada, como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por el fracaso colectivo a la hora de elegir opciones difíciles y de preparar a la nación para una nueva era”.
Ya de Presidente, al señor Obama se le ha visto enfrentarse a la alianza entre los poderes financieros y la clase política y, como todo, hay que decir también a ese estadounidense de su enorme clase media que tiene la certidumbre de vivir en un paraíso, que no mira más allá de sus pequeños in-tereses y no está dispuesto a soportar sobresaltos que le signifiquen despertarse de un sueño beatífico.
El presidente Obama no ha logrado reformas del sistema financiero. Según se dice, Wall Street tiene más influencia en las decisiones políticas que los millones de contribuyentes. Incluso en el campo de la salud los cambios se vieron limitados por el aún bien plantado Partido Republicano, cuyos representantes en el Congreso todo han hecho para res- tarle recursos al ilusionado y soñador Presidente demócrata. Ni qué decir tiene que las transnacionales han visto en la invasión a Libia otro negocio redondo, como el que tuvo lugar en Iraq, y con igual cinismo. No hablemos de petróleo. Las corporaciones fueron en Iraq y serán las encargadas en Libia de reconstruir los servicios básicos destruidos sistemáticamente. A precio de oro, desde luego. A propósito, ¿qué será de Gadafi?
Qué de extraño resulta que los ‘indignados’, en todos los países y se cuentan por millones, se hayan movilizado en el plan de elegir opciones difíciles y de preparar a las naciones para una nueva era. Tienen el respaldo del presidente Obama con el poder de la palabra: “Quién protesta está dando voz a una frustración más amplia por la forma en que funciona nuestro sistema financiero”. “Estén seguros que nuestro objetivo es poner a los bancos e instituciones financieras en orden”. Y como el capitalismo salvaje, el que “socializa las pérdidas y privatiza las ganancias” es un cáncer a nivel mundial, la humanidad va movilizándose en pos de una nueva era.