Tras el genocidio de Ruanda, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) prometió que algo así no sucedería “nunca más”. Pero de México a Myanmar (Birmania), las crisis humanitarias y los conflictos se han multiplicado.
Millones de personas siguen siendo atacadas por su identidad religiosa, nacional, racial o étnica, y se ven obligados a cruzar fronteras para escapar de la violencia.
El asesor del secretario general de la ONU para la prevención del genocidio, Adama Dieng, sobre las crisis complejas y los esfuerzos necesarios para evitar otro genocidio como el ruandés de 1994, detalló las crisis que le preocupan: Las situaciones en República Centroafricana, el Congo, Myanmar (Birmania), Sudán del Sur y Siria son algunas de las que he planteado hace poco.
En Siria, los crímenes atroces denunciados por la Comisión de Investigación golpearon la conciencia de la humanidad, desde el bombardeo contra Alepo el año pasado hasta el presunto uso de armas químicas, así como el continuo asedio de miles de civiles en flagrante violación del derecho internacional. A pesar de eso, el Consejo de Seguridad prácticamente no ha tomado medidas para proteger a los civiles y atribuir responsabilidades para las víctimas.
Cuando visité República Centroafricana a principios de este mes, me contaron de las graves violaciones contra la población civil, en particular mujeres y niños, al parecer, por pertenecer a cierto grupo étnico o religioso.
A pesar de los avances hacia la paz, todavía hay una manipulación e incitación al odio étnico y religioso que el gobierno necesita atender, con apoyo de la comunidad internacional, para sostener la frágil paz de ese país.
La historia ha demostrado que un genocidio y otros crímenes atroces ocurren a gran escala y no son acontecimientos espontáneos ni aislados; son procesos, con historias, precursores y factores que, combinados, permiten su encargo. Si observa todos esos conflictos, verá que hay un común denominador: la exclusión.