Al parecer, por los sucesos que llenan las páginas de los diarios del mundo, la política cada vez carece más de contenido y se inunda de imágenes que, cual publicidad de producto de consumo, pretende influir en el conglomerado para crear tal o cual preferencia o deslegitimar a la competencia. El debate y la confrontación de ideas o proyectos pasan a segundo plano. En disputas en que el tiempo es uno de los bienes más preciados, la iconografía es un aliado fundamental. Subliminalmente se deslizan mensajes, que no siempre tienen que ver con propuestas políticas razonadas o proyectos que hayan sido sometidos al escrutinio público. Se suavizan perfiles de personas cuyo temperamento los coloca en el límite mismo del autoritarismo, o se fortalece aspectos de individuos que en determinadas circunstancias han mostrado signos de debilidad. En estas tareas la juventud y el aspecto son aliados fundamentales. El mejor ejemplo contemporáneo es el de Enrique Peña Nieto y su esposa Angélica Rivera. No es fácil medir la incidencia de la artista mexicana en la campaña del actual candidato del PRI que, según las encuestas, marcha al frente de las preferencias electorales. Lo que parece indudable es que sus visitas a diversas localidades se parecen más a un show de celebridades que a una disputa electoral.
Allí el mensaje que se transmite es el de jóvenes triunfadores que han conseguido lo que se han propuesto, con tenacidad, de manera que la población se identifique con ellos y respalde al candidato. Los sectores más necesitados se pronunciarán sin que medie un análisis profundo, en base a lo que su intuición les dicte, pensando quizá que si a ellos les fue bien podrán hacer cosas positivas a favor de las mayorías. Serán el vehículo que les permita en etapas eleccionarias soñar con materializar sus aspiraciones.
Pero no siempre será así. En el ejercicio del poder se requerirán mucho más que sonrisas y caras bonitas, la dura realidad no se rinde ante el marketing político. No se pretende decir que el candidato presidencial priista no esté capacitado para el ejercicio del cargo. Además no son tiempos en que una persona lo resuelve todo, sino que el Gobierno lo hacen verdaderos equipos, que en el caso mexicano están inundados de gente con gran formación académica y con experiencia.
La gran aspiración es que las democracias latinoamericanas se fortalezcan, que los electores tomen decisiones a sabiendas de por qué y por quién votar. Que escudriñen los antecedentes de servicio público, las hojas de vida de los candidatos, sus ideas, para que realicen una elección consciente. No lograremos nada si cada acto eleccionario no es más que un rito en el que la mayoría se conduce por estímulos que son fruto de la propaganda, donde no ha habido discernimiento mínimo y poco o nada se conoce sobre las verdaderas intenciones de los postulantes.