Por la novela histórica del cubano Leonardo Padura, “Herejes” (TusQuets Eds., 2013), llego a esclarecer un enigma: el Prof. Dr. Andries Querido, Decano de la Escuela de Medicina de la Universidad de Ámsterdam vino a visitarnos con el propósito de conocer cómo funcionaba en la práctica el diseño operativo que habíamos elaborado para realizar investigaciones científicas sistemáticas sobre los efectos de la malnutrición crónica en poblaciones rurales andinas. Era judío, agnóstico, “hereje, si ustedes quieren” según sus palabras; casado con la señora Pimentel, sus hijos de antigua estirpe holandesa los Querido Pimentel. Sí, sabíamos que con la expulsión de los judíos de España y Portugal había continuado la diáspora. Lo que no sabíamos era que unos cientos de sefarditas (Sefarad, España para los judíos) habían sido aceptados por las autoridades de Ámsterdam, uno de los centros comerciales del mundo entero; prosperaron y su práctica y fe religiosas, como las de los otros, eran respetadas. Fue “la Nueva Jerusalén” para los judíos que vinieron de España. Ni qué decir tiene que los rabinos, en agradecimiento al Altísimo, velaban por la ortodoxia atentos a corregir y castigar el menor desvío. El arte figurativo, por ejemplo, les estaba prohibido a los pintores judíos, tanto más insufrible si se tiene en cuenta que los más de ellos eran discípulos de maestros a quienes admiraban como Rubens y Rembrandt.
De los primeros herejes, en aquel ambiente opresivo, Uriel da Costa (personaje histórico): “había sido sentenciado a muerte civil por el pecado de haber proclamado en público que los preceptos de los rabinos recogidos en el Talmud y la Mishná, en tanto consideraciones de los hombres, no eran verdades supremas, pues aquel privilegio solo pertenecía a Dios”. El joven pintor, discípulo de Rembrandt, Elías Montalvo de Ávila (personaje de ficción) fue condenado a las penas del infierno, pero en vida. Debieron pasar siglos para que el agnóstico Dr. Querido, viviera en paz, sin miedo; eso sí con un paréntesis de horror cuando los nazis, aquellos que también imponían verdades supremas, le internaron en un campo de concentración.
Ya nos sorprendió Leonardo Padura cuando en su también novela histórica “El hombre que amaba a los perros” se refería al infierno que viven, en una isla como prisión, los disidentes que se autoexcluyen del sistema, aquellos que lo único que piden es que se les permita vivir en paz. Lo que no sabíamos, una novedad estremecedora, es que en la actual Cubita la Bella van surgiendo los nuevos herejes: muchachitos de 14 a 18 años, en grupos tribales, que beben tragos imposibles y se aman como obsesos, “Hastiados y alienados de una jerarquía opresiva, aburridos de todo, autoexpulsados, irritados, anarquistas sin banderas, buscadores de su libertad”.