No se inició bien el nuevo período de la Asamblea Nacional. “Acepten que perdieron” gritaba uno de los asambleístas del partido de Gobierno a los de oposición sin darse cuenta de que si están allí es porque ganaron; y añadía, tal como en Venezuela, que la oposición no puede exigir nada puesto que no respaldó las designaciones a las que Alianza País tenía derecho. Los asambleístas de oposición, por su parte, ni siquiera lograron unirse y formar el bloque mínimo de 14 asambleístas para acceder a un puesto en el CAL. Lo que falta en la Asamblea Nacional es tolerancia, pluralismo, democracia.
Las nuevas autoridades han dado ya muestras negativas de lo que puede ser el nuevo período. Si en el período anterior se dejó pasar el tiempo para que los proyectos sean aprobados por ministerio de la ley, si se aceptó la inclusión de textos mediante veto ejecutivo, si se eliminó la posibilidad de fiscalizar, si se permitió un comodín que reemplazaba a cualquier asambleísta ausente cuyo voto era necesario; en el nuevo período se anuncia la eliminación del debate legislativo, el control de la lealtad mediante el código de ética, la supresión del derecho a solicitar información, el rechazo a la fiscalización con el pretexto de impedir “shows mediáticos” y la exclusión de los representantes de oposición.
En caso de que la Asamblea se convirtiera en burocracia al servicio del Poder Ejecutivo, la democracia resultaría gravemente afectada. La estigmatización de la discrepancia ya no es un problema para la oposición sino un riesgo para la propia Revolución Ciudadana. De la libertad para disentir, para cuestionar, surge la posibilidad de mejorar hasta las ideas más brillantes. La libertad para denunciar, sin peligro de ser declarado traidor, es indispensable para evitar la corrupción generalizada.
Se ha volteado la tortilla política, los rebeldes que denunciaban, protestaban y se enfrentaban al poder son ahora sumisos y cómodos funcionarios que aborrecen la crítica y consideran desestabilizadora a la crítica interna y la externa intervencionismo que mancilla la soberanía. A la inversa, los que estaban en el poder y toleraban mal a los revoltosos de izquierda, sufren ahora confundidos la arrogancia del poder y la restricción de las libertades. Nos hace falta una democracia que sea válida para todos no solo para los ganadores. Alguien ya ha sugerido la idea de contar con apenas dos partidos, el revolucionario y el conservador, que se alternen en el poder, cambiándose de nombre, de manera que sean conservadores cuando están en el poder y revolucionarios cuando están en la oposición. Así funciona de hecho, solo que no está de moda la alternancia.
Si algo hubiéramos aprendido de los volteos de la tortilla política, sería la constatación de que más difícil que llegar al poder, más difícil incluso que dejarlo, es ejercerlo.