Leí la crítica cinematográfica de J. L. Celada sobre “Nuevo orden”, película del mejicano Michel Franco. Una película dura, muy dura, que exige fortaleza de ánimo ante imágenes tan desgarradoras. Pero se trata de una película necesaria para pensar y despertar conciencias. Celada cita a George Santayana, filósofo de origen español y profesor en Harvard, que decía aquello de que “sólo los muertos han visto el final de la guerra”. La cita viene a cuento porque la película nos pone en guardia ante un futuro no muy lejano de este nuestro mundo, especialista en injusticias, guerras, crueldad y muerte. Para comprender tanto dolor hay que buscar en el pasado las causas del caos y del pánico terrible que acaba salpicándolo todo. Hoy nuestro mundo sangra por muchas de sus heridas y sería terrible que, una vez más, en vez de atender a las razones del descontento social, nos limitáramos a sofocar motines, marchas y levantamientos.
El escenario que el director Michel Franco crea es muy provocador: una boda de tronío en un área residencial de Ciudad de México, donde gente de postín se da cita, blindados por un fuerte despliegue de seguridad privada. Al otro lado de los altos muros de la casa, una manifestación de las clases populares deriva en una revuelta impredecible. Son dos mundos que chocan: el mundo de la opulencia y el de la pobreza, el del bienestar y el de la miseria. Nunca los muros serán lo suficientemente altos. La burbuja acabará saltando por los aires y, de forma dramática, el mundo feliz se convertirá en una auténtica pesadilla de destrucción y de muerte que dará paso a un golpe de Estado con la consabida represión, de la que nadie se librará: ricos y pobres se verán arrastrados en la misma y terrible espiral de violencia.
El “Nuevo orden” no encierra la promesa de un cambio, sino una urgente advertencia: o afrontamos el tema de la inequidad, el insostenible abismo de las desigualdades, o la violencia colapsará el sistema establecido y autocomplaciente de aquellos que viven de espaldas al dolor de los demás. ¿Por qué será que casi nadie se confiesa del pecado de indiferencia?
Los muros de Mr. Trump marcaban claramente la frontera entre el norte y el sur, entre riqueza y pobreza. No duraron demasiado, gracias a Dios. De todas formas, mejor legislar y acoger de forma ordenada que provocar la ira de los humildes. El Antiguo Testamento nos ilumina… Los profetas se lo advirtieron al faraón y a los propios reyes de Israel: la ira de los pobres va de la mano de la ira de Dios.
Muchas de nuestras confrontaciones y violencias hunden su raíz (o, al menos, una de sus raíces) en esta asimetría que corre el riesgo de convertirse en sistémica y que, a la larga será enormemente tóxica para el futuro del país.
Si pueden (y si son capaces de aguantarla y su conciencia se lo permite) véanla. No les digo que disfruten. Sólo que piensen.