A unos aburre la polarización política que reduce la realidad a negro y blanco, destruye emociones y desperdicia pasiones. Otros la ignoran reviviendo las fiestas de las cosechas que insisten son del Inti Raymi, en una disputa de resignificaciones y de vivencias.
Unos quieren que sean más un encuentro con el pasado, por su música, baile, cantos o rituales como el de ganar la plaza de cabeceras cantonales, antes espacios extraños a los danzantes, ahora cada vez más por los suyos controlados. De hecho, estas fiestas revelan más innovación y cambios, en el acto festivo por los atuendos, músicas y nuevos participantes; o por integrar a propios y extraños, nacionales o extranjeros, y romper las barreras étnicas. En todos los casos, es una afirmación de los indígenas y sus culturas. Pero el modo de vivir la afirmación en la festividad varía, a unos les lleva a la reivindicación de un pasado indígena idealizado; a otros a sumar aliados no indígenas que hacen suya la festividad. En Cotacachi, en un ritual de ‘Tinku’ (enfrentamiento) se busca sangre para “renovar” la tierra, atizando confrontación y tensión; en otros sitios este enfrentamiento es el ritual de “ganar” la plaza con el baile y de quien es a la vez más vistoso, festivo, numeroso o dejar una impronta de su música.
La afirmación como búsqueda de un pasado que daría mayor identidad, en negación del presente, ha sido y es necesidad cuando la integración al modo de vida de los demás amenaza con desaparecer al grupo. Puede ser un modo de darse fuerza para expresar una diferencia que requiere mayor reconocimiento. Otros viven la afirmación por el reconocimiento de los que antes les ignoraban y ahora se integran a la fiesta del renovado mundo indígena.
Casi en silencio, en las urbes ese cambio ha llegado imperceptible. En Quito, en la ya oficializada fiesta del sur de la ciudad o en varios barrios y parroquias, el Inti Raymi ya forma parte de la festividad urbana. Lo indígena es ahora el referente a seguir, no a escondidas o por folclor escolar o estatal, sino porque se vuelve parte de otro tipo de identidad multicultural que ha roto fronteras de las divisiones étnicas. En Lima sus bolsones étnicos andinos cambian su costeña urbanidad. En La Paz, la fiesta indígena pasa a ser de todos, integra a los no indígenas. En Ecuador, además, convoca a indígenas de otros sitios construyendo lo que podríamos llamar un panindigenismo que rompe los aislamientos geográficos de ayer.
A su turno, las fiestas de pueblos y ciudades cada vez integran a gente de todo el país, en un nuevo ritual de indicar nuevas pertenencias. En el desfile de San Pedro en Cayambe, participaron de la Costa, del sur, del norte, de la Amazonía, cambiando el sentido de la fiesta local. El Ecuador que desde hace ya varios años se construye está hecho de una integración que acepta las diferencias.