Hace unos años conocí a Ehaab, un egipcio brillante de apenas 24 años, quien ganó una beca para estudiar en Estados Unidos. A su corta edad, él había ya conformado una organización no gubernamental que se llamaba Nuevo Amanecer. Su objetivo era luchar por un nuevo Egipto, con la fuerza de jóvenes que rompieran con las ataduras viejas impuestas por la dictadura, y que estuvieran lo suficientemente preparados para servir a su país. Él tenía la esperanza de que su lista de jóvenes, puesta en Internet, sería una plataforma para algún día construir un nuevo país. No duró mucho, él tuvo que tomar otro camino, el de la música protesta, porque la asfixia de un régimen dictatorial impidió que su organización siguiera su rumbo. Muchos jóvenes como él siguieron adelante en su lucha. De hecho, el asesinato de un bloguero valiente de apenas 28 años, Khalid Said, fue uno de los elementos que disparó las protestas de miles de jóvenes, y ahora de egipcios de todas las edades para protestar contra un Régimen que en 30 años no solo no ha podido generar desarrollo para su país, sino que además ha restringido al máximo las libertades políticas a nombre de la seguridad y la estabilidad.
Después de casi dos semanas de protesta, es curioso cómo los repertorios se repiten en sitios tan lejanos del mundo. La protesta egipcia empezó liderada por un grupo de jóvenes que usaron blogs, Twitter y celulares para convocarse. Muy en la onda de los forajidos en el 2005. Lo que es más coincidente es que -como siempre- el Régimen cuestionado usa la perversa estrategia de organizar su propia marcha para teñir de sangre y represión una protesta que empezó siendo pacífica y liberadora. Parece que la estrategia global de los gobiernos es contratar buses, pagar gente, para generar una idea de respaldo que ya no existe. Al dictador Mubarak le quedan pocos caminos y, a menos que opte por un boleto directo hacia la Corte Penal Internacional si hay más asesinatos, solo le queda renunciar. EE.UU. no solo le quitó el apoyo sino que está promoviendo activamente su salida .
El problema mayor vendrá después. Mubarak se encargó bien de crear instituciones a su imagen y semejanza, que seguían solo su línea de mando y se manejaban bajo estrictas redes clientelares entre el líder y su partido. Será difícil que el próximo gobierno –aún uno de transición- no salga de las filas del Ejército o peor aún, de su Policía secreta. Los egipcios se movilizaron con el firme propósito de cambiar el sistema político, sin darse cuenta que la oposición está dividida, que no hay líderes visibles y que el mayor grupo organizado, la hermandad islámica, no está lista para asumir el poder. Aún con un gobierno de unidad nacional, a Egipto le tomará años recomponer el daño –si es que lo hace- y aún más años le costará a los jóvenes cumplir su sueño de un nuevo Egipto: empleo, desarrollo y libertad.