Harold James / Project Syndicate
Hubo un tiempo en que todos daban por sentado que existía un único fenómeno llamado globalización, en el que los flujos transfronterizos de capital financiero impulsaban la innovación, la industrialización, el desarrollo y el comercio internacional. Pero la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) del presidente chino Xi Jinping promueve una visión alternativa de la globalización, basada en un sistema integrado de infraestructuras físicas, en el que el mundo material de los barcos y los trenes reemplazará al mundo inmaterial de la financierización.
Xi concibió la IFR como un modo sencillo de mandar al basurero de la historia la vieja e inestable globalización liderada por Occidente, pero también tiene como objetivo resolver una dificultad local: la concentración del desarrollo económico a lo largo de la línea costera de China, donde ha surgido una rica y sofisticada élite ribereña. La estabilidad social exige a China una distribución intranacional más igualitaria de las mejoras de su extraordinario crecimiento.
Pero no es un problema exclusivamente chino. Históricamente, las ciudades con importancia global casi siempre han sido litorales, situadas en la línea costera o al lado de ríos navegables. Hace siglos, Ámsterdam, Amberes, Génova y Venecia (también la antigua Atenas y Tiro) eran los nodos comerciales del mundo. Hoy, metrópolis como Londres, Nueva York, Tokio, Hong Kong, Shanghai, Dubai, Sydney y Río de Janeiro cumplen un papel similar.
La “ruta” se refiere (contra intuitivamente) a las conexiones marítimas, mientras que la “franja” se refiere a una serie de proyectos interconectados a lo largo de la masa continental eurasiática. La idea es que territorios interiores como Asia Central y Europa del Este deben estar tan conectados a la economía global como hoy, los nodos costeros.
Fuera de China, la IFR atrae en particular a los países que fueron víctimas de la debacle financiera global de 2008 y a la posterior crisis del euro ( como el caso de Grecia)