Este lunes la TV y las redes difundían imágenes de miles de vehículos tomándose las avenidas de Quito y en especial de Guayaquil. Con tal actitud de la gente el confinamiento está por fracasar, liquidando una de las medidas, #QuédateEnCasa, promovida a escala mundial para frenar la expansión del coronavirus.
Esta baja actitud cívica y solidaria de amplios sectores sociales, da cuenta de la poca o ninguna educación y preparación que recibieron y reciben los pobladores, de parte de las autoridades y de los medios, sobre la gravedad de la enfermedad y la manera de evadirla.
Estamos en plena tormenta, “lo peor está por venir” dice la OMS, por lo que si la sociedad no colabora, el tiempo de salida de la crisis se alargará, y el problema apunta a apocalipsis.
La educación de masas debe estar dirigida a enfrentar disciplinadamente la coyuntura y la fase de salida del confinamiento denominada “nueva normalidad”, tomando en cuenta que el virus vertiginoso y letal, se quedará de largo.
Así que, hasta que se consiga una vacuna y una medicina efectiva, conviviremos con la muerte a cada paso. Entonces una salida, para no quedarnos en casa para siempre, es prepararnos a asumir nuevos hábitos de higiene, convivencia y comportamiento personal y colectivo. Ejemplo: tenemos que aprender a integrar en nuestra vida cotidiana a la mascarilla, como naturalmente hoy están integrados el pantalón, la falda, las medias y la ropa interior.
Se requiere de un cambio de hábitos que demanda una operación consciente y repetitiva de comportamientos que lleguen al subconsciente, para que la acción ya no pase por procesos reflexivos, como es el caso de lavarse los dientes luego de cada comida. Así el hábito se convierte en una necesidad que la persona la realiza sin necesidad de presión externa.
En otras palabras estoy planteando que para salir de la crisis es necesario propiciar una revolución cultural. La gente debe generar nuevos hábitos de higiene, pero también practicar valores de convivencia en armonía. Debo aprender que: “tengo que ponerme la mascarilla, porque cuido de mí mismo, y también, cuido a los demás”. Este cuidado significa amor, solidaridad y respeto por uno y por el otro, que es el abuelo, la esposa, el vecino, la mascota. Si aprendo esto, habré cambiado para siempre. El país habrá cambiado.
El mejor instrumento para llevar a cabo la revolución cultural, entendida como concienciación masiva, es la educación. Los maestros son los principales gestores junto a sus escuelas, colegios y universidades.
Esta revolución debe iniciarse ya. No hay tiempo. El municipio de Quito construye un manual para enfrentar la “nueva normalidad”. Que lo entregue al MinEduc, a Fe y Alegría, a Confedec, a Corpeducar, a la UNE, para que lo pasen a los docentes y ellos lo transformen en procesos didácticos que lleguen a las familias y a los medios. Por allí arrancamos.