Leí en alguna parte que Ruptura 25 va a decidir hoy su posición frente a las próximas elecciones. Leí también que en esas decisiones podría estar el apoyar a la izquierda de Alberto Acosta o ir solos en la línea electoral. Apenas hace una semana me escribió un estudiante sobre la necesidad de una nueva izquierda, que luche por el bien del país; él no veía opciones en el panorama. Creo que esto merece una reflexión más profunda: el Ecuador tiene derecho a una nueva izquierda.
Necesitamos una izquierda que vea al Ecuador en forma distinta, no como un esclavo del mundo sino como el propio hacedor de su destino. Una izquierda que empiece creyendo que el Ecuador puede buscar su propio camino, sin necesidad de hacer teatros contrahegemónicos, ni entuertos antiimperialistas. En síntesis, una izquierda que deje de creer que el Ecuador es el ombligo del mundo.
En segundo lugar, esa nueva izquierda necesita una construcción de país distinta, que no tenga al No y sólo nosotros tenemos la razón como ejes programáticos. Desafortunadamente, esa es la izquierda que representa Alberto Acosta. Y digo desafortunadamente, porque ahí en esa mezcla está el movimiento indígena, de cuya vanguardia, todos esperábamos. La izquierda del No es lo más cercano a la reacción, porque niega el cambio, y las posibilidades de que los ecuatorianos busquen su propio destino. Ahí está el asunto de los genéticamente modificados: el resultado no ha sido el Ecuador libre de transgénicos, sino un Ecuador libre de científicos. La izquierda del pasado es aquella izquierda que creyó siempre en líderes iluminados como cuando le entregaron el poder a Velasco Ibarra tras La Gloriosa o, como cuando Alberto no quiso quedarse a balancear el poder de Rafael Correa. No es sorprendente. Alberto siempre ha dicho No, incluso a sus amigos más cercanos, cuando le explicaron que sí. Nunca hubo manera de ganar cuando Alberto tenía algo entre ceja y ceja. ¿Qué les hace pensar que ahora tendrán mejor suerte? ¿La misma suerte que tuvieron con el presidente?
La tercera razón es –sin duda– la más importante. La izquierda contemporánea entendió que no puede cambiar las estructuras capitalistas sin causar muertos o violaciones de derechos humanos. La única opción es reconstituir el sentido de sociedad –que es la principal baja del sistema capitalista– a través de consensos que lleguen a programas mínimos de subsistencia y equidad. Una izquierda clara tratará siempre de que esos acuerdos resguarden dos principios fundamentales: la libertad humana en todas sus formas y, segundo, la solidaridad social y la provisión de servicios básicos que garanticen siempre la equidad y el acceso igualitario. Los partidos de izquierda son importantes en todas las sociedades, pero sin voluntad de ceder para lograr consensos, la izquierda del pasado será la ganadora o, peor aún, los que se hacen pasar por ella, la Revolución Ciudadana.