El nombramiento de la doctora Diana Salazar como Fiscal General del Estado ha sido recibido por la ciudadanía con optimismo y confianza, como un gran acierto. Sus títulos académicos, su trabajo profesional de años en la fiscalía y, sobre todo, su dinámico y eficiente aporte al descubrimiento y procesamiento judicial de algunos de los delitos de altos funcionarios del régimen de Correa, hicieron que fuera conocida y apreciada por todo el país.
Mujer enérgica y recta, a la que no amedrentan las amenazas, ha dicho que actuará “sin favor ni temor”. Mira hacia el futuro con un espíritu sano, en el que no caben ni indebidas venganzas ni innobles retaliaciones.
La doctora Salazar tiene la grave responsabilidad de restablecer el prestigio de la Fiscalía General, gravemente afectada por la conducta de sus últimos antecesores, y contribuir así al renacimiento de la justicia en el Ecuador. Para ello, debe proceder con diligencia, imparcialidad y estricto apego a la ley. Investigará con objetividad y acusará cuando deba hacerlo, usando la misma medida de la ley para todos.
La nueva Fiscal conoce que son muchas las causas que yacen represadas o deliberadamente olvidadas y que no será fácil ponerlas a marchar. Por ello -sin amilanarse- ha pedido el apoyo de toda la ciudadanía, apoyo que fácilmente obtendrá si, además, su conducta sigue siendo impecable, en el fondo y en la forma, en lo personal y en lo público. Se ha negado a responder a los vulgares agravios que le ha endilgado desde Bruselas el fugado ex presidente, lo que demuestra serenidad, cordura y buen juicio, virtudes tan indispensables para ejercer bien su magisterio, como raras en la política ecuatoriana de estos años.
Se ha dicho que el más complejo encargo que los dioses pueden confiar a un ser humano es juzgar a sus semejantes. Por eso, deben entregarlo solamente a los mejores, a los más doctos, rectos e incorruptibles. En esta ocasión no se han equivocado.
La representación y el ejercicio del ministerio público son tan importantes en la estructura democrática de una nación que sin ellos se vuelve imposible la justicia.
Recordemos el “J’acuse” de Emile Zola en defensa de Dreyfus. Su elocuente voz se levantó contra la corrupción de una justicia parcializada y logró rectificaciones que hicieron historia. Que Diana Salazar se dé a conocer cada vez más por sus obras y que éstas contribuyan para terminar echando por tierra las estructuras del poder corrupto que asoló al Ecuador por más de diez años y que sometió a la justicia a sus deseos y caprichos. Así, su contribución será invalorable para que nuestro país y sus instituciones recuperen la autoridad moral que da fundamento a la confianza ciudadana en una República democrática que aspira a vivir bajo la norma del derecho y la ética.
jayala@elcomercio.org