“Asumido como normal, el odio en redes está derivando en una desconexión social que merma la empatía, la posibilidad de ponernos en los zapatos
del otro”.
La cantidad y el calibre de los insultos y las expresiones de odio en las redes sociales sube de forma proporcional a su crecimiento. Casi 55% de la población global está conectada hoy a Internet, 25% más que hace 10 años, 47% más que en el 2000 y cada día se suman más de un millón de nuevos usuarios.
Con tal repunte, vinieron cambios culturales. Las redes han permitido tener acceso a información como nunca antes y a construir una comunicación social virtuosa, pero también ha sacado a flote uno de nuestros lados más oscuros. Se ha normalizado el linchamiento contra ideas, grupos o algún personaje del momento.
Son muchos casos de suicidios de quienes sufrieron el embate y las burlas virtuales. Aunque el suicidio tiene causas multifactoriales, el llamado “ciberbullying” está entre los gatillantes principales.
Asumido como normal y cotidiano, el odio en redes está derivando en una desconexión social que merma la empatía, la posibilidad de ponernos en los zapatos del otro, así como el deber y el derecho de establecer vínculos reales más allá de nuestro metro cuadrado.
Los dueños del puñado de empresas que manejan el mundo virtual, donde las regulaciones dependen de ellos, nos venden la idea de que viene un futuro virtuoso en el que encarnaremos un avatar y tendremos conversaciones, abrazos y hasta sexo virtuales. En otras palabras, iremos abandonando el contacto real. Lo sabemos, no es solo el futuro, ya sucede y con el aislamiento obligado por la pandemia le dimos un impulso adicional.
Vamos en la corriente sin cuestionarnos demasiado. El odio en redes es habitual y tolerado. Estamos más divididos y aislados. Pero nada está escrito en piedra así que el alejarnos y odiarnos en redes no es un destino inevitable. Detengámonos, evaluemos qué queremos y cómo lo lograremos. Está en juego nuestra proyección como individuos, así como la convivencia y los sistemas políticos que hemos diseñado para dirimir nuestras naturales diferencias.