A la locución “Jesús”, las niñas contestaban fervorosamente, brotándoles del alma: “¡te amo”, “te amamos”, “te amo!”. Eso, y mucho más, infundió la catequesis para la Primera Comunión que, entre muchos de sus santos servicios, profesó el P. Luis Martínez de Velasco, sacerdote católico, servidor de Cristo. Volvió al Creador el pasado 21 de noviembre, el mismo día de la celebración de la Presentación de la Virgen María, tras dejar una huella indeleble, dejar pozo, con su ejemplar vida de cristiano, entregada hasta los tuétanos, esforzada para servir a la Iglesia, al romano pontífice y a las almas, en todos los momentos y circunstancias de su vida.
Quienes tuvimos la fortuna de caminar junto a él por un tramo de la ruta y compartir momentos entrañables, somos testigos de varias de sus facultades. Sin embargo de tratar temas serios y profundos, nunca faltó su buen humor; su mirada profunda y serena; traslucía en su rostro una amigable y sincera sonrisa; escuchábamos atentos sus mensajes, sus enseñanzas, con voz grave, seria, que, sin embargo de su estrictez -propia de un distinguido oficial del Ejército, como lo fue él, antes de ser sacerdote- también se la percibía piadosa, combinación rara y misteriosa que alcanzan las almas que viven las virtudes heroicas en la búsqueda incesante de la perfección cristiana.
Cómo no recordarlo con gratitud, aún más, en esta época, cuando en muchos hogares profesamos esa hermosa y tradicional costumbre de rezar y cantar la Novena al Niño Dios, durante los 9 días anteriores a la Navidad, repasamos su folleto, cuyas ediciones
–que las hubo varias-, las logró con el aporte de personas generosas que apoyaban sus iniciativas y que iban, desde escritos como el que mencionamos, hasta cuadernillos, impresos con el mensaje de Cristo, con figuras alusivas para que las colorearan los niños. Siempre buscó impartir la auténtica doctrina católica a través de sus múltiples labores, también con sus publicaciones, porque, entre varias de sus habilidades fue poeta y escritor, columnista semanal en un afamado medio de comunicación, donde se podían leer sus homilías, esculpidas con sencillez pero con impactante trascendencia.
Ya lo decía un santo: “hay que ahogar el mal en abundancia de bien”: al igual que Martínez de Velasco, existen miles de santos sacerdotes entre nosotros, que luchan cotidianamente por predicar y ejemplarizar la doctrina cristiana, que viven intensamente su fe, que predican y nos dan ejemplo, guiándonos en la búsqueda de la santidad en medio del mundo, a la que a todos nos invoca Jesucristo, en cualquier sitio y circunstancia, donde nos haya correspondido, en nuestras labores ordinarias, luchando por sobrenaturalizar las tareas más simples y ordinarias. El tiempo de Navidad es aquí y ahora… ¿qué hacemos como católicos?