Antes de ingresar a los ascensores que llevan al inicio de la exhibición, a cada visitante del Museo del Holocausto en Washington DC se le entrega una pequeña tarjeta de identificación que narra brevemente la historia de una víctima o un sobreviviente del Holocausto. A mí me correspondió la de la hermosa Judith Schwed, asesinada en Auschwitz por envenenamiento con gas cuando tenía 12 años.
Ya en el ascensor, una pantalla muestra imágenes filmadas por los primeros soldados estadounidenses que llegaron a los campos de exterminio nazis, quienes narran con estupor e incredulidad el horror con el que se encontraron. Al abrirse las puertas, nos recibe la voz altisonante de Hitler dirigiéndose a sus seguidores en una filmación de los comienzos de su ascenso al poder, con la que empieza una exhibición cronológica del Holocausto que termina con la liberación de los campos por los aliados.
La indignación y las lágrimas no tardan en aflorar y en mí se convirtieron en ira y llanto cuando llegué a la muestra de miles de zapatos confiscados a los prisioneros que llegaron a Majdanek, campo de exterminio en el que más de doscientas mil personas fueron asesinadas. En ese momento me quebré.
Pude recuperarme, y recuperar en algo mi fe en la humanidad, en el “Muro de los Rescatistas”, que bajo la frase “Lo que haces importa” contiene los nombres de personas no judías que arriesgaron sus vidas para salvar las de los judíos y que han recibido el título de “Justo entre las Naciones” por parte del legislativo israelí. Entre los más de 26.000 “justos” de 44 países, figura un solo ecuatoriano, Manuel Antonio Muñoz Borrero, a quien le fuera conferido dicho título post mortem en 2011 por salvar la vida de cientos de personas durante su periodo de cónsul de Ecuador en Estocolmo entre 1935 y 1942, y aún después de haber sido destituido, emitiendo pasaportes ecuatorianos para que sean utilizados por los judíos en su huida de los nazis.
Óscar Vela ha recogido en su novela, Ahora que cae la niebla, estos increíbles acontecimientos, narrados de forma trepidante y conmovedora, que nos revelan a un ser humano que, aún a costa de su carrera y su prestigio, decidió arriesgarse y hacer algo, porque lo que hacemos importa, como pueden dar fe quienes fueron salvados por Muñoz.
La visita al museo concluye en el Salón de los Recuerdos, en el que se lee esta frase del Deuteronomio: “Solo protégete y cuida tu alma con cuidado para que no olvides las cosas que vieron tus ojos y para que estas cosas no salgan de tu corazón todos los días de tu vida, y las darás a conocer a tus hijos y a los hijos de tus hijos”; cosas como el horror del Holocausto, pero también como el valor de Muñoz Borrero, que optó por hacer algo, y que ahora, Óscar Vela, a través de su novela, nos impide olvidar.