“No sea malito”, “disculpará, no más”, “daráme viendo”, son algunas de las expresiones coloquiales, quiteñísimas, por cierto, que revelan esa cultura de ruegos, temores y disimulos que caracteriza a la sociedad. Por allí, bajo esos decires, hay todo un mundo inexplorado que, más allá de las implicaciones idiomáticas, permite intuir retazos de historia, trozos de sociología.
El miedo a mandar, el susto a ser directo, se oculta en eso de “daráme haciendo”. El temor a ofender, se esconde en aquello de “no sea malito”. La disculpa empapa el habla serrana, ¿por qué? El tema no está en hacer juicios de valor sobre los comportamientos sociales, ni soltar condenas o alabanzas, pero sí es necesario, a veces, explorar las razones que le conducen a la gente a hablar de ese modo.
Lo que sí está claro en el mundo de dudas que asoma tras la mínima reflexión que se haga en torno al tema, es que la frontalidad incomoda, a más de uno le pone los pelos de punta, y sitúa al individuo frontal en los límites de la grosería, o, al menos, de la antipatía. También está claro que el circunloquio, las vueltas y tanteos para afirmar algo y, especialmente, para mandar, permiten intuir que la sociedad ecuatoriana tiene un doble estándar sobre las jefaturas: las ama y las añora, por eso prospera con tanta facilidad el caudillismo, por eso, hasta hace poco, los uniformes eran iconos; pero, al mismo tiempo, evita el trato directo, se escabulle ante la necesidad de dar órdenes. Sociedad curiosa y paradójica que vive con un pie en el amor a la mano fuerte y con el otro en el susto a decir las cosas. La explicación puede estar en que le gusta que le manden, que le “den decidiendo”, y que, al mismo tiempo, le abruma tomar decisiones y expresarlas sin ambages.
“No sea malito” es un ruego. Esta ha sido, tradicionalmente, una sociedad de rogadores, de favores y palanqueos, que empieza, sin embargo, a transformarse en la comunidad de los exigentes. Estamos pasando del “no sea malito” a la imposición, al arranche y al capricho sin razones. ¿Será esa la transición entre la servidumbre y la “ciudadanía”?, ¿o será una versión novísima del desquite y la retaliación?
Cualquiera que sea la respuesta, la verdad es que en el habla cotidiana y en sus transformaciones, se reflejan las tendencias, los estilos que se imponen, y las modulaciones y pautas que la gente adopta sin que nadie las decrete, y antes de que los académicos o los políticos las descubran.
Nótese que el ruego como conducta, como forma de hablar, es propio del individuo solo. Cuando se forma un grupo y la gente se envalentona, ya no es el “no sea malito vea”, es la imposición y el griterío. ¿Será vocación de tumulto? ¿Será debilidad que desaparece en la masa? ¿Será “Fuenteovejuna” de individuos sin personalidad?