Kim-Jong-Il, el líder de ese manicomio socialista llamado Corea del Norte, debe estar muy frustrado con la goleada que recibió su equipo en el Campeonato Mundial de Fútbol y probablemente está considerando fusilar a los jugadores.
Una alternativa menos sangrienta sería utilizar los medios de comunicación estatales -los únicos que existen- para alterar la realidad e informar a los aislados norcoreanos que el equipo nacional ganó la copa. No sería una opción tan descabellada si se recuerdan monumentales mentiras que el régimen de Pyonyang ha transmitido a su pueblo como verdades.
En abril del 2004 un decadente depósito estatal de fertilizantes explotó, matando a 200 personas y dejando a miles de norcoreanos heridos o sin hogar. El Gobierno buscó ocultar el hecho, incluso negándose a aceptar ayuda humanitaria de parte de sus vecinos, pues no quería que los ciudadanos admiraran los modernos camiones y equipos provenientes de las exitosas Surcorea y China. Los medios oficiales reportaron simplemente que ante la tragedia ocurrida, los pobladores locales demostraron un “heroico patriotismo al entrar a edificios en llamas para salvar retratos de Kim-Jong-Il…”.
Según los medios oficiales, el “querido líder” -nombre con el que Kim es referido localmente- es casi una deidad divina que nació en una montaña sagrada bajo el cobijo de un doble arco iris. También es autor de varias excepcionales óperas musicales y la primera vez que visitó un campo de golf, logró cinco hoyos-en-uno ante el asombro de todos los presentes.
El control absoluto que mantiene el Gobierno norcoreano sobre la información, impide a los ciudadanos “de a pie” mirar el monumental fracaso que vive su país y, al mismo tiempo, permite perpetuar la situación.
Si bien Norcorea es un caso extremo, el control de la información es una necesidad vital para todo Gobierno autoritario, pues para conservar el poder indefinidamente necesita mantener la “ilusión” de los ciudadanos respecto del “proyecto político” de turno y sobre las “excepcionales virtudes” de los líderes que lo impulsan. Cualquier información que pueda dañar la imagen, poner en duda las acciones o exponer los errores y fracasos de las figuras políticas prominentes del Régimen, es potencialmente desestabilizadora y pone en peligro el andamiaje político y jurídico que lo sostiene.
El acoso y las confiscaciones de medios independientes por parte del Gobierno venezolano, por ejemplo, tienen el claro propósito de limitar la información que reciben los ciudadanos sobre la rampante corrupción e incompetencia del régimen chavecista y del caos económico que vive ese país. Cualquier parecido entre lo descrito, la agobiante propaganda oficial de la revolución ciudadana y la “ley mordaza” que se tramita en la Asamblea de Ecuador, es pura coincidencia.