En un par de días celebraremos la Noche Buena y la Navidad, tiempo de recuerdos y de acuerdos, de sueños y de nostalgias, de presencias y de ausencias. Desde la humildad del pesebre y en la periferia de Belén, Dios viene a encontrarse con el hombre para salvarle, para poner cada día el contador del perdón a cero. Digamos que en un día así la humanidad se encuentra más arropada para sembrar de esperanza a las víctimas de las guerras, a los migrantes y refugiados, a los sin techo, a los desempleados, a las víctimas de los abusos sexuales, a quienes malviven en familias rotas, a las mujeres maltratadas por un maldito macho depredador,… En este día todos podrán, al menos, soñar, aun sabiendo que los sueños sueños son.
Ante estas realidades dolientes, renacer no se plantea como una invitación sino como una exigencia moral o de fe. Así lo sentimos los cristianos, metidos también nosotros de lleno en una sociedad de consumo que, poco a poco, nos va devorando el corazón. Sería terrible que nuestra gran preocupación navideña consistiera únicamente en dilucidar si cenamos pavo o cordero, revuelto de setas o langostinos,… Algo más habrá que hacer: nacer y renacer a una vida nueva, en justicia y en solidaridad o, simplemente (quizá no sea así de simple) estrenar una página en blanco con tinta de reconciliación. Es mi deseo navideño para cada uno, para nuestras familias y para nuestro país, necesitado como está de reconstrucción fraterna y moral. En los días de la refriega, cuando Quito ardía, ¡cuántas cosas se quebraron!
Los últimos no han sido tiempos fáciles en Ecuador. Hay que renacer, hacerse corresponsable del otro, volver a empezar, dejando atrás toda tentación de aferrarse al pasado, a los privilegios adquiridos, a las herencias inmerecidas, a los prejuicios de clase o de sangre. Este renacer no está exento de sufrimiento y de riesgos, pero así es la vida de terca y de dura: un continuo renacer. Los dolores de parto son siempre el preludio del alumbramiento de la Buena Nueva.
¿Recuerdan a los Magos de Oriente? Tras su parada en Belén, regresaron a su tierra “por otro camino”, quizá de regreso a sus casas renacieron a una vida nueva. Ese es el deseo y el sentimiento que me embarga en estos días, la necesidad de renacer, a pesar de los años, del cansancio o de las decepciones. A pesar de todo, celebren la Navidad renaciendo.
Como felicitación de Navidad les copio unas palabras de Francisco el cual, no sé cómo lo logra, cada día está más viejo y más valiente: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”. Por eso, Navidad siempre es tiempo propicio para nacer. Y renacer.
Que pasen una Navidad feliz. Se los deseo de corazón.