El presidente colombiano Juan Manuel Santos alcanzó el premio Nobel de la Paz, a pesar de que el pueblo votó en contra del acuerdo logrado con la guerrilla en un plebiscito celebrado cinco días antes. El premio reconoce los esfuerzos de Santos y su determinación por alcanzar la reconciliación de un país que se ha desangrado durante 52 años de guerra.
El tribunal de Noruega le da con esta decisión un nuevo impulso al proceso de paz y mantiene viva la esperanza de que se hagan las correcciones necesarias en el acuerdo y se termine finalmente con la pesadilla de los secuestros, asesinatos, violaciones, desplazamientos y narcotráfico.
Hace pocas semanas visitaba Ecuador el periodista español Miguel Ángel Bastenier, experto en asuntos de Latinoamérica y Colombia, al comentar sobre la complicada campaña por el Sí y por el No que dividía al país vecino, comentó: se puede apoyar el Sí, pero sin negar los argumentos del expresidente Álvaro Uribe. Esta es la tesis que se ha impuesto finalmente porque parece absurdo dar marcha atrás habiendo llegado tan cerca, pero los participantes saben también que deben hacer correcciones para que el pueblo colombiano acepte el precio de la paz.
Cuando el presidente Santos perdió el plebiscito, seguramente perdió también el premio Nobel, pero cuando decidió mantener vivo el proceso y reunirse con Uribe, volvió a merecer el galardón de la paz. Ahora está en la mejor posición posible. Si las presiones de la guerrilla y sus amigos, la baja popularidad en su país, la necesidad de un reflotador político y la presión internacional le obligaron a firmar un acuerdo demasiado generoso para los guerrilleros e hiriente para las víctimas, ahora puede hacer las correcciones necesarias para una paz aceptable para todos.
El premio Nobel constituye un estímulo para los participantes en el proceso. Al expresidente Uribe le obliga a mostrar magnanimidad en la victoria y la buena fe de sus argumentos estableciendo correcciones concretas y viables; a la guerrilla le permite probar que su deseo de poner fin a la guerra es genuino aceptando la reducción de los privilegios que le otorgaba el acuerdo; al presidente Santos le compromete a escuchar a todos, especialmente a las víctimas resentidas, y exhibir una vez más su sagacidad y paciencia; al pueblo colombiano le estimula a participar en la construcción de su destino y a buscar la reconciliación nacional. En definitiva, el premio Nobel de la Paz no es premio a las metas alcanzadas sino a la esperanza en la capacidad de superar las dificultades persistentes para llegar a ella.
La comunidad internacional ha mantenido su apoyo al proceso de paz y aunque se sorprendió con el rechazo del acuerdo en las urnas, se sorprendió también con la reacción inmediata del Presidente Juan Manuel Santos y la decisión de dialogar con el expresidente Uribe, por eso está viva la esperanza.