A los izquierdistas de toda laya les gusta repetir que los seres humanos somos ‘poco solidarios’. Ante esa afirmación suelo preguntarme: ¿Somos poco solidarios comparados con quiénes? ¿Con las vacas? ¿Con los elefantes? ¿Con alguna civilización de un planeta lejano? ¿Con quién?
La realidad es que los seres humanos somos las criaturas más solidarias del universo conocido. Tan solidarios, que incluso nos ocupamos por el bienestar de quienes ni siquiera conocemos.
Basta mirar la espontánea solidaridad que mostró la comunidad internacional al concurrir en ayuda del pueblo de Haití luego del terremoto que devastó la capital de ese país . Lo mismo sucedió cuando un Tsunami arrasó parte del sudeste asiático años atrás y en otras múltiples ocasiones en que algún pueblo ha enfrentado dificultades.
Muchos de estos esfuerzos ni siquiera han sido liderados por gobiernos u organizaciones humanitarias, sino por individuos ricos y famosos que han comprometido tiempo y dinero para ayudar a quienes sufren y con su ejemplo inspirar a muchos otros a hacerlo.
Vale destacar el caso del multimillonario Bill Gates, el hombre más rico del planeta, quien en lugar de pasar sus días de retiro relajándose cómodamente en algún ‘spa’ de lujo, decidió fundar la mayor organización filantrópica del mundo y dedicar sus días a buscar formas de erradicar la malaria y a asegurar que los jóvenes menos privilegiados puedan acceder a una educación adecuada.
Pero las muestras de solidaridad humana no solo son frecuentes, sino cada día más significativas.
El caso de Haití es paradigmático, pues los haitianos sobreviven primordialmente gracias a la ayuda económica y la seguridad que les provee la comunidad internacional. Para poner en perspectiva esa realidad, vale recordar lo ocurrido hace cientos de años en la Isla de Pascua, ubicada en el Pacífico sur frente a las costas de Chile.
En Pascua, una civilización lo suficientemente sofisticada como para elaborar y levantar las gigantescas figuras humanas de piedra llamadas ‘Moai’, deforestó completamente su territorio -exactamente igual a lo que ha venido ocurriendo en Haití- provocando un desastre ambiental que trajo guerra, hambre y hasta canibalismo, para luego caer en el caos y desaparecer en aislamiento sin que nadie pudiera acudir en su rescate.
Algo así difícilmente sucedería hoy en día. Si bien es cierto que el mundo moderno cuenta hoy con recursos económicos y tecnológicos inexistentes en la antiguedad, no servirían de nada sin una comunidad internacional ‘solidaria’ dispuesta a ponerlos a disposición de naciones atribuladas.
El que millones de haitianos tengan hoy una nueva oportunidad prueba, una vez más, que los seres humanos, con todos sus defectos, son bastante más solidarios de lo que muchos quieren creer.