En el ‘Eclesiastés’, uno de los libros bíblicos que con más frecuencia releo, se dice que hay “tiempo de callar y tiempo de hablar”. Los nuestros -los que padecemos- no son tiempos de callar. ¿Cómo callar ante la consolidación de un proyecto político autoritario, destructor de las instituciones y concentrador del poder, descalificador y excluyente, alienante y maniqueo, abusivo y atropellador? ¿Cómo callar ante el éxito de una política lumpen, sustentada en la degradación de los valores, el desgaste de la palabra, el irrespeto a la dignidad ajena, la ofensa y el insulto rutinarios, la burla y el escarnio para quienes disienten y la transformación del resentimiento y el revanchismo en virtudes sociales?
¿Cómo callar ante una política económica que ha privilegiado el gasto público irresponsable y ha logrado frenar el sostenido crecimiento de los últimos años y la paulatina disminución de los niveles de pobreza, a cambio de auspiciar un clientelismo demagógico? ¿Cómo callar ante el desempleo? ¿Cómo callar ante el fortalecimiento inusual de un Estado cada vez más grande, concentrador y absorbente, en detrimento de una sociedad civil desarticulada y sometida? ¿Cómo callar ante una política internacional improvisada, falsamente independiente y soberana, que aplaude con entusiasmo a los regímenes totalitarios -supuestos modelos de ‘democracia’- y respalda los delirios mesiánicos del grotesco y atrabiliario gorilato caraqueño?
¿Cómo callar ante la inexistencia de un auténtico Estado de Derecho? ¿Cómo callar ante la frecuente violación de las normas constitucionales y legales? ¿Cómo callar ante la utilización del sistema jurídico como camuflaje para la perpetración del atropello? ¿Cómo callar ante la falta de transparencia en la contratación pública? ¿Cómo callar ante la creciente corrupción, impune y protegida por la lenidad desvergonzada de una Asamblea Nacional sumisa y cómplice? ¿Cómo callar ante la necedad y el cinismo que proclaman ‘día histórico’ el de la ‘aprobación’ (¿cabe hablar de aprobación cuando hay imposición?) de una ley mediante la renuncia al debate y la manipulación de los procedimientos parlamentarios?
¿Cómo callar ante el auge de una delincuencia incontrolada y el aumento de la inseguridad ciudadana? ¿Cómo callar en un país que hoy acepta los abusos que ayer condenaba con indignación? ¿Cómo callar en un país silencioso, con incertidumbres y temores, complaciente y resignado, cuando sabemos que esa resignación, como escribió Ernesto Sábato, “es el sentimiento que justifica el abandono de aquello por lo cual vale la pena luchar”? ¿Cómo callar ante los intentos de limitar la libertad de expresión, de ahogar las voces críticas e imponer las proclamas y tesis de la dictadura como una verdad inconcusa e incontrastable? ¿Cómo callar, lector? ¿Cómo?