Luego de dieciséis años, ha llegado a su fin la era de Angela Merkel. El dato, ya de por sí axiomático, adquiere una dimensión todavía más notable si comprobamos que en los setenta y dos años transcurridos desde que se constituyó la República Federal Alemana, la jefatura de gobierno (la cancillería, como ahí la denominan) ha sido ejercida solamente por ocho personas. Y tres de ellas, Adenauer, Kohl y Merkel, la han mantenido durante cuarenta y cuatro años, es decir más del sesenta y uno por ciento del total.
Mucha tela se podría cortar con el análisis de estos datos. Podríamos empezar sumando algunas razones para explicar este resultado: las duras lecciones recibidas durante el régimen nazi y la derrota en la Segunda Guerra. La forma de ser del pueblo alemán, capaz de reaccionar disciplinadamente en las más adversas circunstancias. La sólida tradición jurídica afianzada en las instituciones sobrevivientes de la catástrofe. La presencia coincidente de líderes políticos de elevado nivel. En fin, se podrían acumular estas y otras explicaciones y, seguramente, todas deben ser tomadas en cuenta para entender este resultado. Lo que, a su vez, explica la posición que Alemania ocupa ahora mismo en el orden político, económico y cultural del mundo.
¿Podríamos extraer de tal resultado alguna lección provechosa para nuestro país?
Confieso que resulta difícil ensayar alguna comparación. Tal vez, con alguna imaginación, podríamos referirnos a las catástrofes sufridas. Pero no son comparables ni el carácter ni las instituciones ni el liderazgo. Por supuesto que cada pueblo tiene sus propias virtudes y limitaciones y su historia sigue cursos particulares que no necesariamente permiten alguna aproximación.
Sí quisiera, de todos modos, hacer una reflexión en relación con un tema que he destacado como relevante: la permanencia en el poder de los líderes políticos. Y en este punto podríamos extender la reflexión a todo el ámbito latinoamericano.
Si en cualquiera de nuestros países, un gobernante permanece dieciséis años en el poder, de inmediato sería calificado como un caudillo que pretende perpetuarse, al estilo de los dictadorzuelos Ortega o Maduro. ¿Por qué, en cambio, lo ocurrido en Alemania es la demostración de una saludable estabilidad que garantiza el desarrollo del país?
Podríamos aseverar, en principio, que la diferencia estriba en el sistema parlamentario que rige en Alemania; y hasta podríamos tener la tentación de sugerirlo para nuestro país. Me atrevo a sospechar que no funcionaría, pues se sustenta en instituciones, en tradiciones, en una cultura política de la que carecemos. Por eso, más bien, hemos limitado la reelección de funcionarios.
Podemos concluir, de todas maneras, que las imitaciones no son aconsejables. En una sola frase: Ecuador no es Alemania.