No riman democracia con estados de excepción. No riman buen vivir con amenazas y pesquisas. No riman tolerancia y respeto con insultos y agresiones (para ver ejemplos les recomiendo echar un vistazo en las páginas web de los diarios o en las redes sociales), vengan de donde vengan. No riman justicia con persecuciones y vendetas. No riman libertad con censura, censura previa o autocensura. No riman tregua con acusaciones. Ni perdón, con venganza. No riman seguridad con militares armados patrullando las calles. No riman paz con botas, fusiles y tanques que se imponen. Ni son lo mismo los líderes que los caudillos ( vale la pena releer ‘La Fiesta del Chivo’, de Vargas Llosa, flamante Nobel de Literatura’).
No riman cacería de brujas con reconciliación nacional ni diálogo con chivos expiatorios. Ni se conjugan la humildad con la soberbia y menos, luto y silencio con festejos y banderines. Tampoco se conjugan reclamos justos con despelote y violencia, ni derecho a la resistencia con represión y castigo.
No riman la defensa de los animales (ahora que ya mismo nos ponemos anti-taurinos) con las convocatorias al aborto seguro, sobre todo viniendo de las mismas organizaciones que con tanta vehemencia defienden la vida de la sangrienta muerte del toro. Ni riman los derechos de la naturaleza con la explotación de la reserva de biósfera.
Por supuesto, tampoco rima el Premio Nobel de la Paz (Liu Xiaobo, detenido por la famosa Carta 08, que, debiéramos leer o releer) con el arresto domiciliario a su mujer por ir a visitarlo (porque algo no rima no solo en el Ecuador sino en el mundo).
No riman altos índices de empleo con migrantes desesperados –y luego fusilados- en algún poblado mexicano en manos de mafias y coyotes. Tampoco riman la transparencia con las comisiones y los concursos con las licitaciones a dedo. Ni hacen juego los méritos propios con las palancas.
No riman la humildad con la soberbia. Ni el diálogo con la radicalización. No rima que digamos una cosa y hagamos la contraria. Algo está mal: de qué sirve que pensemos un país y que estemos construyendo otro, que llamemos a la solidaridad y, en vez de extendernos la mano, nos insultemos unos a otros; que pidamos justicia, equidad e igualdad, y que descalifiquemos al vecino (al pariente o al amigo) por no pensar lo mismo.
¿Podemos construir un país en el que rimen y se conjuguen algunos de los adjetivos anotados? ¿O seguimos construyendo un país asentado sobre el odio, la ira, la venganza, el complejo? Podemos intentar, desde el fondo de cada uno, cambiar las palabras, reemplazarlas, sustituir, al menos, dos de ellas: la rabia por el respeto. No cambiará el mundo. Pero probablemente cambiemos nosotros.