Gracias a los lectores de EL COMERCIO –y de otros diarios – por las expresiones de solidaridad, en relación al asalto que sufrimos quienes compartíamos una reunión en Chipipe, Salinas, el pasado jueves 3 de noviembre.
Traumático fue ver a un escuadrón de fuerza armada, uniformado con tenidas azules, cinco sujetos con pistolas y uno con metralleta, todas armas de dotación militar, visiblemente bien conservadas, sin facha de delincuencia común, ingresar a la vivienda, afuera quedaron dos más para despojar a los presentes de celulares, llaves de vehículo y de casas, tarjetas de crédito, dinero en efectivo, relojes, aretes, pulseras, anillos –una escena dramática fue la de una señora que intentaba retener su aro de matrimonio, explicando que era viuda, y a la fuerza se lo arrancaron–, a más de computadoras, televisores y aun aparatos de juegos de niños y jóvenes de la familia del hogar asaltado. Siendo cerca de la medianoche, terrible la desesperación de quienes no podían regresar a sus casas, por no tener las llaves de sus transportes y viviendas, debiendo hacer turnos para cuidar los vehículos, algunos regresando a Guayaquil en carros de amigos, a quienes se acudió, para llevar los duplicados de las llaves al amanecer del 4 de noviembre.
Una pesadilla que, en los últimos años, la han vivido, en menos o más, bajo similares o en diferentes circunstancias –robo de vehículos, secuestros exprés y otras formas de delito– miles de ecuatorianos, por la gravísima inseguridad que hay en el Ecuador .
Tan grave como aquello es la profundización del odio que ha potenciado el actual Gobierno, partiendo de la descalificación de los que en democracia deberían ser vistos como contradictores, que va extendiéndose a todos los que se quiere agraviar.
En el caso puntual, tanto en los comentarios que junto a las noticias publica EL COMERCIO, como en mensajes recibidos en mi dirección electrónica, aparecieron los usuales remitentes por encargo del Gobierno, con mensajes que demuestran su calaña: “Está bien que roben en Chipipe”, “por lo menos, si les roban devuelven algo los poderosos”; y otros en ese tono. El más grave: “Por qué no le cortaron las manos, para que no siga escribiendo contra el Gobierno”, uno atenuado, pero, en el mismo sentido, se publicó en comentarios en EL COMERCIO.
¿Correa descalifica, pero escoge a quién quiere agraviar?
Mentira: el reciente caso de los miles de despedidos de la función pública lo demuestra, cuando el Presidente explica que hasta intervino inteligencia policial para identificar a los corruptos, incapaces, ineficientes y maltratadores de los ciudadanos. ¿Dónde están los informes y la identificación de aquellos? Aplicable la vulgar y terrible frase “se esparce la mierda con ventilador”, para intentar justificar el atropello. Al despido se le suma el descrédito.