México redefinió el sacrosanto “no intervencionismo” durante un tramo del gobierno de Vicente Fox. Así terminó la adulación a Cuba y hubo choques con Venezuela y Argentina, igual que con Estados Unidos. Se peleó con el vecindario y granjeó críticas de izquierda y derecha. Además abrió su territorio a comisionados de la ONU y ONG, luego de lo cual recibió durísimas evaluaciones sobre derechos humanos. Fue una estrategia arriesgada, pero tenía coherencia, lo que falta a la diplomacia actual.
Que Correa admire a Gadafi y sea amigo de Mahmoud Ahmadinejad o que Chávez resalte la figura del jefe de estado de Zimbawe, Robert Mugabe, con tres décadas en el poder, y del sanguinario Idi Amin de Uganda, ya fallecido, es parte de un estilo de diplomacia oscura.
Con tal de hacer negocios, recibir algún apoyo o aparecer en el club de los que enfrentan al “imperio”, se tolera dictaduras y violaciones a los derechos humanos. Es un tipo de diplomacia que también practican Washington y la mayoría de países europeos.
Las revueltas sociales en el norte de África exhibieron la clase de socios que tienen algunos países y cómo los acuerdos sobre derechos humanos y políticos de la ONU, a los que se han adherido la mayoría, se cumplen a discreción. Libia, Egipto y Túnez son ejemplos. Al sur de estos puntos hay zonas donde la situación política y social es terrible, pero pocos quieren enfrentarla. Lo mismo pasa con Irán o China e incluso Cuba.
Cerrar los ojos frente a los delitos de los amigos y mostrar piel sensible respecto a escrutadores externos, es hipócrita.
Por un par de años -mientras duró la gestión del controvertido canciller Jorge Castañeda- y tras poner fin a siete décadas de los gobiernos del PRI, México rompió con ese estilo. El gesto lo agradecieron agencias de la ONU y ONG que abogan por los principios de democracia y derechos humanos.
Se abrió al escrutinio para que evalúen su respeto a esos valores y asumió la tarea de promoverlos. Algunos países con faltas graves, como Cuba, Venezuela y EE.UU., chocaron con esa estrategia.
Dilma Rousseff ha dado señales de que seguirá una línea similar. Sin medias tintas, la Mandataria brasileña ha cuestionado ya la política de derechos humanos en Irán.
Argumentar que “nadie nos va a decir” con quién hacemos negocios y arroparse en las trillada soberanía y el manido no intervencionismo, puede derivar en complicidad con matones.
La política de “no intervención” mexicana del siglo pasado, que incluyó la adulación a la izquierda internacional, mientras a lo interno y sin escrutinio desplegaba una guerra sucia -dejó más de 500 detenidos-desaparecidos- era hipócrita. Bien harían Ecuador y otros países en alinearse, sin cortapisas, adentro y afuera, con la democracia y los derechos humanos.