Las democracias latinoamericanas van de extremo a extremo, o deniegan la reelección o reeligen indefinidamente; o están en la extrema derecha o están en la extrema izquierda; o entregan todo el poder a los presidentes o le ceden el mando a los parlamentos. Lo que ha ocurrido en Paraguay es un final previsible para un político improvisado y débil ante un Parlamento dominante.
Los parlamentarios paraguayos exhibieron una prisa impertinente para aprobar la destitución del presidente Fernando Lugo, mancharon el procedimiento legal y dieron la oportunidad a los presidentes más “democráticos” de la región, para denunciar “golpe de Estado” y distinguir entre legalidad y legitimidad.
Sin embargo, los comentarios internacionales no dejan de señalar la falta de coherencia.
Políticos golpistas, que tumbaron presidentes, ahora se escandalizan con la destitución del Presidente de Paraguay. Defensores a ultranza de la soberanía y la no intervención, ahora pretenden intervenir en Paraguay y decidir quién es el presidente legítimo de ese país. Quienes aceptaron que un tribunal electoral destituya a la mayoría del Parlamento, consideran ahora aborrecible que la mayoría parlamentaria destituya al Presidente. No hay coherencia en la política.
Los organismos regionales y la Organización de Estados Americanos se han apresurado a convocar reuniones de emergencia para estudiar el caso, pero al mismo tiempo se muestran tan indiferentes ante las violaciones de la constitución en los diferentes países; tan lerdos ante los ataques a la libertad de expresión; tan complacientes ante la manipulación de la justicia para domesticar a los jueces. No hay coherencia en la política.
En contraste con la tranquilidad que se vive en Paraguay se alienta un alboroto regional, ¿será porque ha mejorado la sensibilidad democrática o porque el sindicato de presidentes trata de establecer mecanismos de defensa que garanticen la permanencia en el poder? Los comentarios humorísticos que se han puesto en circulación aluden a estos intereses cuando comentan lo sucedido en Paraguay. “Dios, no era el Lugo sino el Hugo”, dice uno; y otro añade: “cuando veas las barbas de Lugo cortar, pon las del otro a remojar”.
La prisa exhibida por el Parlamento paraguayo, que pudiera parecer una torpeza, posiblemente obedeció al temor de que un juicio largo y cuidadoso ofrezca la oportunidad de armar un escándalo desde fuera y un proceso de violencia al interior del país. El argumento esgrimido: “mal desempeño de sus funciones”, es tan vago que serviría para tumbar a cualquier presidente. Comentarios internacionales sugieren que había el temor de que Lugo aplicara la receta de la franquicia política de la región que comienza con un cambio constitucional para buscar la reelección. Un mal pensamiento le habría costado la presidencia al ex obispo.