Nos vendieron revolución y terminamos viviendo en constante y vertiginosa involución. Hemos regresado a las añejas instituciones del pasado más remoto: a la patria como símbolo de lo único correcto y viable, a la veneración de los líderes políticos (en vez, como debería ser, de que los políticos le rindan cuentas a la sociedad), al nacionalismo más obstinado (en plena época de Internet, de desvanecimiento de las fronteras y de destrucción de todo límite territorial) y a la exhumación de añejas momias de la repetitiva historia política ecuatoriana, incluyendo pero sin limitarse a telarañas y mármoles mortuorios.
Creo que es mejor ir preparando y planchando las camisas negras e ir entrenando para reeditar los saludos de brazo tieso y practicar las inmemoriales notas de “Cara al Sol”.
Nos vendieron una economía pospetrolera y terminamos adictos al crudo. A pesar de que nos sedujeron con propuestas y planes de nuevas matrices energéticas, con energías alternativas y con planes para dejar el crudo bajo tierra, nunca hemos dependido más y más incondicionalmente del petróleo. La subordinación ha llegado a tal punto que la viabilidad misma de la economía ecuatoriana está atada a los caprichos de los mercados internacionales (que decimos odiar y despreciar), la estabilidad alcanzada en la última década huele a hidrocarburos y, quizá con algo de exageración, se podría hacer el argumento de que la supervivencia misma de la República está atada -y bien atada- a los destinos petroleros. Talvez convenga que nos curemos en sano y pensemos en organizar otro gran homenaje al barril de crudo y lo paseemos en hombros en una gira triunfal por las calles de la ciudad. O quizá en el mediano plazo nos terminemos medicinando, trémulos y febriles, en un centro de rehabilitación de adicciones.
Nos vendieron ciudadanía y terminamos en silencio y sumisión. La seducción era inevitable e indiscutible: los viejos partidos políticos nos habían arruinado la vida, los bancos nos habían robado -a mano armada, como se debe- hasta los colchones ortopédicos, los periódicos y los canales de televisión no se cansaban de mentir y de comportarse como poderes fácticos que había que cazar con arco y flecha. Con base en un guión perfectamente redactado, e incluso más espléndidamente ejecutado, resultamos comprando un peligroso y explosivo coctel que incluye ingredientes como la mudez, los murmullos, la obediencia y el acatamiento. Nos vendieron amor infinito y estamos en plena colecta de los frutos del odio, del sectarismo y de la división.
¿Me equivoco como siempre, cándidos lectores y lectoras, o hay algo que no cuadra?