Señor Presidente, a pesar del júbilo general de las últimas semanas por su propuesta de incrementar el bono con las ganancias de los banqueros corruptos, debo confesarle que es la primera vez durante su impecable gestión que un ofrecimiento suyo me ha decepcionado.
Aumentar el bono de 35 a 50 dólares sería suscribir la propuesta del neoliberal Lasso. No nos engañemos, 15 dolaritos más no son nada. ¡Vamos en serio, señor Presidente! Erradiquemos de una vez por todas la pobreza en el país.
Lo que usted debe hacer es igualar el bono con el salario básico, porque simplemente es inmoral que nuestros compatriotas marginados, que no consiguen trabajo por culpa del egoísmo de los empresarios, tengan un ingreso menor al de los suertudos que sí tienen empleo.
No se trata, como algunos quieren hacernos creer, de que su propuesta sea discriminatoria con los inefables propietarios de los bancos, sino que es extremadamente concesiva con los dueños del resto de empresas, quienes también tienen una deuda histórica con los pobres de nuestra patria. Por eso, la manera de financiar el incremento del bono –por supuesto a 300 dólares, no a 50, que francamente hasta da vergüenza– es echar mano de las ganancias de todas las entidades privadas, desde las despiadadas transnacionales hasta las peluquerías, fondas y tiendas artesanales más remotas.
Además, como el pueblo votó por la radicalización de la Revolución, usted debe cogerse la parte de la remuneración de cada trabajador que exceda el salario básico. ¿Bajo qué concepto los mismos de siempre pretenden seguir ganando más? ¡Ya es hora de que les demos una lección de justicia!
Dado que ya remitió el proyecto de ley a la honorable Asamblea Nacional, me permito sugerirle, reconociendo que usted siempre ha sido sumamente respetuoso de la independencia de los legisladores comprometidos con el proyecto, que converse con ellos para que incluyan estas modificaciones en el texto final.
Compañero Presidente, con esta reforma seremos objeto de los más prestigiosos reconocimientos mundiales. Tenga la certeza de que el próximo año ya no pasaremos el papelón de que no nos otorguen el Nobel (aunque, pensando bien, mejor que no nos lo dieron, porque habría sido un elogio a la labor de ese traidor de Moreno). Recibiremos el de la Paz (por eliminar la fuente universal de la envidia y el odio: la inequidad), el de Economía (por demostrar cómo se erradica la pobreza de un tajo) y el de Medicina (por cambiar la perversa naturaleza humana).
Tal vez este último galardón sea el más importante. Porque ya es hora de que los emprendedores arriesguen su patrimonio por puro amor a la patria, de que la gente trabaje exclusivamente por el gusto de trabajar y de que los banqueros inviertan y presten más, aunque no vayan a ganar nada.