San Lucas relata el nacimiento de Jesús: “Había en aquellos campos unos pastores que pasaban la noche cuidando sus rebaños por turnos. Un ángel del Señor se les presentó y la gloria del Señor los envolvió en su luz”.
Según el biblista Walter Brueggemann, “La revelación hecha a los pastores (un colectivo marginal por antonomasia) anuncia una novedad que habrá de desplazar al antiguo régimen. Y como es lógico, los receptores de la inesperada novedad se llenan de admiración y de reverencial temor. La ¨intrusión¨que supone el nacimiento de Jesús origina una inversión radical: ”Dispersó a los soberbios de corazón, / derribó a los poderosos de sus tronos, / y exaltó a los humildes:/ a los hambrientos colmó de bienes / y despidió sin nada a los ricos”(Lucas 1:51-53).
La religiosidad popular celebra la Navidad con alegría y fe. Entre estas celebraciones están los llamados pases del Niño. Constituye un ejemplo preclaro de identidad el pase del Niño Viajero, que se desplaza en Cuenca del Ecuador el 24 de diciembre de cada año, como una gran serpiente de colores que ha trocado su veneno en un elixir de salud corporal, individual, espiritual, social. Con este veneno salvador, la ciudad vuelve a nacer.
En 1823, doña Josefa Heredia mandó a tallar una efigie del Niño Dios, venerada 138 años por sus herederos. En 1961, la talla pertenecía a uno de ellos: a Miguel Cordero Crespo, provicario del arzobispado de Cuenca, majestuoso Amazonas de los ríos de Dios. Decidió Miguel que el santo bulto debía visitar los lugares de la infancia de Jesús.
A Portugal, pues, a conversar en Fátima con los pastores; a Italia, para que reconozca en Loreto la casa de Nazaret llevada allá por un arcángel, donde el Niño pudo visitar a su padre putativo San José y tomar con él, café de altura del cantón Santa Isabel, provincia del Azuay; a Roma, donde el sucesor del apóstol Pedro, el bondadoso papa Juan XXIII, bendijo la talla antes de que el gallo cantara tres veces; a Belén en Tierra Santa, donde el Niño cuencano reposó en el pesebre y de allí al río Jordán. Miguel lo bautizó y llevó a Egipto a recorrer los pasos de la huida. “La Madre miraba a su niño lucero, … sonreía el santo viejo carpintero … Miguel estaba temblando de amor”.
Vueltos a Cuenca Jesús y el cura Miguel, los recibió doña Rosa Palomeque al grito entusiasta de “¡Ya llegó el viajero!” Y el alto Miguel de voz poderosa narró durante mes y medio desde el púlpito de la Catedral Vieja las peripecias de tan largo viaje y la alegría del Niño Dios en cada lugar. Un notable ejemplo de realismo mágico.
En su testamento, el provicario legó la efigie del Niño Divino a las monjas del Carmen de la Asunción. El Niño Viajero se complace en la bella Plaza de las Flores a la entrada de tal monasterio. “Ya viene el Niñito jugando entre flores…” Y vienen los pobres del campo azuayo y los rebaños de emigrados morlacos al pase del Niño Viajero.