Algunos lectores de mi último artículo, ‘Ni nulo ni blanco’, me han preguntado por qué sostengo que anular el voto o votar en blanco favorece al candidato con más posibilidades de triunfar, más aún considerando las circunstancias y características de la actual campaña electoral. La respuesta es sencilla y obvia: el artículo 143 de la Constitución, al transformar la mayoría absoluta, distorsionando su concepto, en mayoría simple, disminuye el número de votos y, por tanto, el porcentaje requerido para determinar los resultados de la elección y la posibilidad de que se realice “una segunda vuelta electoral dentro de los siguientes cuarenta y cinco días…” Analicemos brevemente el tema con las cifras de las últimas elecciones. Según los datos oficiales, concurrieron a las urnas 7’929.605 ciudadanos. Votaron en blanco 533.571 (el 6.73%) y anularon su voto 496.281 (el 6.26%), con un total de 1’029.852. Si los porcentajes se establecieran por el voto afirmativo de la mayoría absoluta de votos emitidos, como corresponde, el 40% para ganar la elección en la primera vuelta, por ejemplo, sería de 3’171.842 votos a favor.
Con la inclusión distorsionadora de la frase “válidos emitidos”, que excluye los nulos y los blancos, ese 40% descendió a 2’759.901 votos (el 34.80%). El voto nulo o en blanco, aunque no lo quiso así el votante, se convirtió mañosamente en voto a favor de la candidatura ganadora.
Nuestro sistema electoral -que debe ser reformado- es coercitivo y tramposo: luego de consagrar que todos los ciudadanos tenemos derecho a un voto “igual”, nos obliga a votar, y finalmente, para que ese voto tenga ‘valor’ para la determinación de los resultados, nos induce a respaldar a un candidato o utiliza nuestro voto nulo o en blanco en beneficio de un candidato que hemos rechazado o, por lo menos, no hemos respaldado. ¿Por qué los votos nulos y en blanco -insisto en mis preguntas- no se toman en cuenta para el cálculo de porcentajes y el establecimiento de mayorías y minorías? ¿Por qué carecen de valor electoral y político? ¿Por qué producen un efecto contrario al que pretendió el votante? En resumen: si el ciudadano, al concurrir a las urnas, anulara su voto o votara en blanco, como una expresión de inconformidad, rechazo o protesta, caería en una especie de limbo político y su voto carecería de valor o, lo que es más grave, beneficiaría, contra su voluntad, al candidato con más votos. En el presente proceso, apoyaría la reelección. ¿Es un procedimiento correcto? ¿No hay acaso una verdadera distorsión de la voluntad del votante? ¿No se impone entonces, más aún si se analizan otros aspectos de nuestro defectuoso, manipulado y dirigido sistema electoral, una reforma profunda e integral? ¿Qué han dicho los candidatos que están participando en esta huera campaña electoral?