‘Anda’ anda a cortarte el pelo, si no’ no puedes matricularte’ vendrás cortadito como varón’ bien cortito”’ “a quitarse el piercing y el arete también”’ “el pantalón no debe estar en la cadera’ bien agarrado a la cintura, como machito”. “Chicas’ las faldas están muy altas’ así provocan a los hombres’ tienen que estar bajo las rodillas’ a despintarse las uñas’ si no’ no hay matrícula”.
Bajo estas órdenes y amenazas de los licenciados, los atemorizados padres corrían con sus hijos a buscar al peluquero de la esquina. Las madres apresuradamente bajaban los dobladillos de las faldas. Los chicos y chicas, por su parte, remordiéndose por dentro viendo su identidad ultrajada, conteniendo las lágrimas mientras el peluquero trabajaba y los dobladillos caían, acumulaban una bronca al presentarse reverencialmente ante la omnímoda poder de los licenciados que debían matricularlos.
Esta no es solo una historia de estos días de matrículas en el Colegio Ricardo Cornejo Rosales de Guamaní al sur de Quito, es la de más y más colegios de la capital y de otros lugares.
Un fantasma recorre las aulas del Ecuador. El fantasma de un neo conservadurismo moralista, intolerante, irrespetuoso del otro, machista y violento que está afincado muy dentro de la cultura nacional. Mas ¿por qué florece estos días? Se puedan barajar algunas hipótesis:
“Los licenciados no eran así el año anterior, eran más tranquilos”, dice una madre de familia. Otra señala: “Tengo ganas de reclamar por estos abusos, pero tengo miedo. Puedo perder el cupo y mi hijo no podrá matricularse”. Talvez en los asertos de estas señoras se encuentre una explicación: el operativo de obtención de cupos en base a la “meritocracia” basado en el sistema de notas, no solo disparó en las autoridades de algunos colegios una ola por tener los “mejores” alumnos en cuanto “conocimientos”, sino en cuanto a “comportamiento” y “presencia”, como también fortaleció su poder, para aprovechando de la matriculación poner “orden” en los establecimientos. ¿Cuál orden? El reforzamiento de la “autoridad” y la imposición de una “disciplina”, unos valores y una estética que acercan a la escuela a la imagen de una cárcel, de un cuartel o de un convento: la cultura de la sumisión. Todo esto en el marco general de un país en el que sus líderes practican gestos políticos que han reactualizado la intolerancia, el autoritarismo, el paternalismo y el patriarcalismo.
Es de esperar que el Ministerio de Educación, la Defensoría del Pueblo, el Consejo Nacional de la Niñez, la UNE y sobre todo las organizaciones juveniles y estudiantiles salgan al paso de estas acciones que van contra los derechos humanos de la niñez y adolescencia. Más también es una oportunidad para que los líderes reconozcan su responsabilidad y revisen sus políticas y comportamientos.