Una matanza más en un colegio o cine o edificio de oficinas públicas de EE.UU. ya no sorprende a nadie. Lo que sorprende e indigna es que ni el Congreso ni la Justicia, muchos menos el Gobierno de Trump, quieran implantar el control de armas que existe en muchos países desarrollados.
Frente a esas repetidas noticias, nosotros, acostumbrados a ver la paja en el ojo ajeno, exclamamos ¡qué horror cómo se matan entre ellos! pero seguimos tan panchos frente a lo que Iván Sandoval califica de genocidio a la ecuatoriana: los accidentes de buses que cada semana terminan con la vida de decenas de paisanos, incluyendo a los pobres venezolanos que huyen del genocidio chavista para morir en nuestras carreteras.
No, tampoco sorprende que los mismos conservadores y ultraderechistas de los países grandes que se oponen con gritos histéricos al aborto y la eutanasia apoyen con entusiasmo las guerras de exterminio y los bombardeos que sus gobiernos ejecutan contra los pueblos de África y el Medio Oriente. Y que no cuestionen la venta de armas sofisticadas a esos mismos países para que se masacren entre ellos.
‘Ventas’ es la palabra clave que conduce al bolsillo, lugar donde realmente se incuba la moral y otras formas de encubrimiento. No en vano la National Rifle Association (NRA) financia campañas presidenciales como las de Trump y mantiene un lobby poderosísimo en Washington para que no vayan a vetar siquiera las armas militares que usan los psicópatas para matar a sus compañeros. Un nombre lo ilustra todo: Oliver North, presidente hasta hace pocos días de la NRA. El teniente coronel North fue el centro del escándalo Irán-Contras de los años 80, cuando organizó una operación clandestina de venta de armas a Irán, con apoyo de Israel. El dinero recaudado lo canalizaba a los contras que combatían al todavía decente y revolucionario Gobierno sandinista.
La Segunda Enmienda, que surgió de la épica individualista de los pioneros del siglo XIX, es utilizada hoy como argumento constitucional por los traficantes de armas. Uno se pregunta cuántas matanzas más deben suceder para que el establishment tome alguna medida. En cambio, son rápidos e inclementes cuando se trata de perseguir como asesina a cualquier frágil y desdichada adolescente que ha sido preñada por su padre y desea abortar para recuperar su vida.
La Iglesia, que administra la vida eterna, viene en ayuda de los fanáticos que combaten también el derecho que tiene cualquier ser humano enfermo y doliente de ser asistido para acabar dignamente con su vida. Y uno se pregunta quién les concedió a todos ellos el derecho de interferir en la libertad individual, condenando a largas y terribles agonías a innumerables ancianos mientras los bombarderos arrasan aldeas y un psicópata compra su rifle para asaltar otra escuela.