Mi amigo y colega Farith Simon publicó hace unos días un artículo titulado “Con el Islam no se negocia” en el que cita dos motivos para pensar así, planteados por George Steiner: la idea de que “a partir del siglo XV el Islam rechazó la ciencia”, y el terrible trato al que se somete a las mujeres bajo el Islam. Ofrezco algunas reflexiones al respecto.
Cuando uno negocia, no lo hace con un grupo –el Perú, la Unión Europea, el Islam- sino con personas, que tienen mucho en común con otras con quienes comparten identidad grupal, pero que también se diferencian, dentro de ese grupo, por características individuales.
No fue posible para representantes del G6 negociar con el presidente iraní Ahmadinejad, pero sí fue posible hacerlo y llegar a acuerdos muy constructivos con su sucesor, el presidente Rouhani. No era “con Irán” que se estaba negociando: era con personas específicas que representaban a Irán, que mostraron mayor apertura y flexibilidad que sus antecesores. Bajo igual lógica, no es con “el Islam” que debemos pensar en si se puede o no negociar, sino con personas que pertenecen al Islam. Con algunas de ellas es evidente que no es posible negociar. Pero con otras de ellas sí lo es. Y todos quienes se consideran miembros del Islam y además piensan que es necesario poder negociar la resolución de los conflictos que están detrás de la terrible violencia con la cual algunos de sus correligionarios nos están azotando enfrentan el grave desafío de lograr que los paradigmas dominantes de sus sociedades sean la apertura, la flexibilidad, la empatía, la voluntad de buscar soluciones mutuamente satisfactorias.
Ese desafío lo hemos enfrentado, y en sustancial medida lo seguimos enfrentando en Occidente. Muchos en el mundo Católico también “rechazaron la ciencia” en el siglo XV, y la seguían rechazando en el XVII cuando Galileo se atrevió a decirnos cómo es, en realidad, el universo. Pero, gradualmente, creció en Occidente el esfuerzo por liberalizar, por generar tolerancia y respeto, por aceptar y conciliar las diferencias. En virtud de ese proceso, la Iglesia dejó de ser dominada por la Inquisición, sistemas políticos pasaron de la monarquía absoluta a la democracia liberal, se declaró a la esclavitud no solo ilegal sino profundamente inmoral. Y el proceso no ha concluido. Se inició hace muchos siglos en los centros culturales del mundo occidental, está algo adelantado en Latinoamérica y otras regiones, y al parecer tiene el mayor camino por recorrer en el mundo del Islam.
Se trata de un cambio de actitudes, de intolerancias, de prepotencias, de creencia en la superioridad de la propia persona o del propio grupo. Ocurre en la realidad íntima de cada persona. Las instituciones pueden ejercer valiosas influencias, pero ocurre, o no, individuo por individuo.