En los países de la cultura occidental, el núcleo familiar asume la celebración de estas festividades, y es la Biblia como fuente de la religión católica la protagonista de hacerlo al interior de los hogares, erigiendo al Niño Jesús como la divinidad humanizada, cuyo nacimiento apoteósico es el 24 de diciembre. El Papa ejerce su apostolado cristiano desde su sede en la portentosa Basílica del Vaticano de la ciudad de Roma, capital de la República italiana.
No se trata de la práctica de un fanatismo, sino de considerar a ese hecho como vínculo máximo de unión entre todos los integrantes de los hogares donde se practican estos necesarios rituales religiosos de finales de un año. Habrá miembros familiares que son indiferentes, pero a la vez respetuosos de las invocaciones que se hacen durante nueve días previos al 24 de cada año. Felizmente hay un abismo entre estas oraciones y las que tienen los rituales del Corán, que es la fuente de la religión musulmana. También habría que situar a quienes no tienen religión alguna y estas invocaciones divinas no forman parte de su vida.
La vinculación que genera estas prácticas religiosas es necesaria para comprender los posibles problemas propios de la vida de todas las personas, y permite superarlas con las invocaciones a la divinidad. Esa convergencia anula las posibilidades de llegar al extremo de la crisis existencial, que puede conducir a los suicidios. Por eso, quienes integran los hogares deberán observar y captar cualquier anomalía en las conductas de sus miembros para que no se produzcan aquellos hechos en estas épocas propicias a los desajustes sociales, peor aún que se recurra a ingerir drogas o a consumir bebidas alcohólicas. Para no ingresar en estos campos anormales de las conductas humanas, son los factores de solidaridad, de la expresión de los sentimientos afectivos, los medios idóneos que impedirán que se recluyan en los silencios, y que mejor puedan llegar a la superficie de la vida con la aceptación de su realidad.
Por eso, en estas épocas los hogares deben constituirse en los núcleos de unión, y son las madres los ejes imprescindibles para cumplir los objetivos. No es la abundancia de regalos, ni de comidas opíparas, las que ayudarían a lograr momentos de felicidad, sino el compartir una mesa con miembros llenos de optimismo por vivir con los bienes que poseen y los alimentos que se comparten.
En estas festividades de fin de año, la postura mejor es aceptar las condiciones en que viven sus miembros sin entrar en comparaciones innecesarias de otros núcleos cercanos familiares o no, y compartir la solidaridad que solamente se genera aceptando lo que se tiene y la invocación de que lo mejor es la salud biológica y la paz mental como elementos que conducen a un poco o mucho de felicidad, si esos espacios verdaderamente existen.