La Navidad no es solamente la fiesta de la alegría, los regalos, las luces y los emotivos brindis en familia. La Navidad es, en la doctrina cristiana, principalmente la celebración del misterio de la encarnación que abarca desde la alegría del nacimiento hasta la angustia de la muerte; la Navidad, según el teólogo Karl Rahner, no está alejada de la crisis porque “ahora el mundo ya no es solo la obra de Dios, sino un trozo de sí mismo. Ahora no se limita a contemplar su discurrir, sino que está también dentro de él y siente lo mismo que nosotros, ahora le ha caído encima nuestro destino, nuestras alegrías nuestros lamentos… comparte la misma suerte de todos nosotros: hambre, cansancio, enemistad, una muerte temida y patética”.
La primera Navidad ocurrió en medio de una crisis, Jesús vino al mundo cuando el imperio romano imponía su poder al mundo bajo el engañoso título de pax romana; sin embargo su aparición fue como una luz que brilla en las tinieblas, por eso Rahner concluye con optimismo que “el cristiano es una persona inquieta y rebelde, lúcida y soñadora, que no permitirá a ninguna crisis, de ningún tipo ni calibre, hacerse dueña de su libertad”.
Nos ha tocado vivir también esta navidad en medio de una crisis; no solo económica sino también política y social, una crisis de valores de dimensiones planetarias. Los síntomas de la crisis están a la vista: se ha globalizado el populismo y se hace política desde la histeria, el racismo, la intolerancia.
Nos ha tocado presenciar caudillos convertidos en dueños de países o países convertidos en propiedad privada de caudillos incapaces que amontonan poder y riquezas mientras los ciudadanos pasan hambre. El fanatismo ha degenerado en terrorismo que se ceba con la sangre de inocentes en todas las latitudes.
El más dramático signo de la crisis universal es el desplazamiento de millones de hombres, mujeres y niños que huyen de sus países para escapar del hambre, la violencia y la guerra.
En medio de la noche de la crisis, surgen signos esperanzadores, tal vez los últimos a los que debamos acogernos antes de que sea tarde. Las encuestas revelan que la gran mayoría de los ciudadanos reclama un cambio, si los partidos políticos no son capaces de satisfacer ese anhelo, habrán perdido su función en la vida política. Las denuncias de corrupción hechas en esta Navidad, de manera simultánea en 12 países, con el respaldo y la autoridad de la justicia, con la colaboración de los protagonistas, no permiten más dilaciones ni escondrijos; es hora de dejar que brille la verdad y ponga al descubierto a los corruptos que han metido las manos en los dineros públicos. El espíritu de la Navidad nos exige, como decía el teólogo jesuita que hemos citado, que seamos suficientemente rebeldes, lúcidos y soñadores, como para impedir que la crisis se haga dueña de nuestra libertad.
lecheverria@elcomercio.org