Natural y tradicional

Las sentencias de consulta de norma que dictó la Corte Constitucional en las que reconoce el matrimonio igualitario, a partir de la lectura complementaria del artículo 67 de la Constitución y de la Opinión Consultiva 24 de la Corte Interamericana, y la reforma de las definiciones de matrimonio de los artículos 81 del Código Civil y 52 de la Ley de Gestión de la Identidad, abrieron una caja de Pandora, de la que salen quienes no solo atacan al matrimonio igualitario, creen que no existe protección jurídica a la diversidad de formas familiares, consideran que la infertilidad es un castigo e incluso ponen en duda la existencia misma del derecho de las personas de diversa orientación sexual a vivir libremente.

Hemos visto políticos que dicen que se debe controlar a las minorías, líderes religiosos que califican como “anormal” la atracción sexual, personas comunes y corrientes que defienden el encierro y el ostracismo de quienes tienen una sexualidad diferente, una sexualidad que la ciencia (que describe y no hace juicios de valor) ha demostrado ser parte de la naturaleza humana y que no afecta a nadie.

Las versiones menos agresivas de la oposición a la decisión de la Corte, pero no menos negadoras de derechos, se presentan en forma de defensa de la familia “natural y tradicional”, del interés superior del niño y la función reproductiva de la sexualidad. En todas estas versiones atacan de forma encubierta a las familias monoparentales, a las parejas que deciden no tener hijos o que no pueden tenerlos, a las parejas del mismo sexo, a las que presentan como disfuncionales, enfermas, dañadas.

Al final del día estamos frente a un debate que supera el tema de normas, intepretaciones, cortes o decisiones judiciales, se ha puesto en juego la noción de tolerancia, la aceptación o negación de la humanidad de los otros, de los diferentes, e incluso se ha cuestionado el valor, el sentido y el alcance de los derechos.

En 1903, a propósito de la entrada en vigor de la ley del matrimonio civil, que abrió la puerta al divorcio, se discutió ampliamente el valor del Concordato como un acuerdo internacional que obligaba al Estado ecuatoriano a seguir las reglas religiosas en esta materia; se escribieron cientos de páginas asegurando que el Ecuador estaba obligado por ese acuerdo internacional a dejar que los temas matrimoniales -esenciales- sean regulados por la autoridad eclesiástica.

Hoy, con la misma virulencia, dureza y ferocidad que en esos días se sostuvo que el divorcio era antinatural y se afirmó que se destruía la familia tradicional y se ponía en riesgo a la moralidad, a la sociedad y a los niños, se escuchan y leen discursos de oposición al matrimonio igualitario.

116 años después incluso han llegado a restar humanidad a las personas por su orientación sexual, mientras siguen hablando de lo “natural y tradicional” para negarles derechos porque no los consideran como iguales. Sí, no son todos, pero son muchos.

Suplementos digitales