Empiezo a teclear e hilvanar ideas y, a la vez, pido a todas las energías y a todos los dioses que para cuando esta columna se publique, Segarrita, Javier y Paúl ya estén de vuelta en sus casas o de camino a ellas. Pero si eso no ocurre, si para cuando estas letras lleguen a imprimirse y circular mis tres colegas siguen secuestrados, es importante que ellos y el país entero sepan que aquí nadie se cansa. Que somos decenas los que vamos a seguir preguntando por su paradero y fecha de retorno por todas las vías posibles, cada vez que se presente la oportunidad; y que vamos a salir cada noche (a partir de las 19:00, en la Plaza Grande, los que estamos en Quito) a exigir que se haga lo que se tenga que hacer para que regresen con bien a seguir con sus vidas.
El grito de “nadie se cansa” es uno de los que se repiten cada noche, desde el martes pasado en la Plaza Grande (lugar simbólico que ventajosamente ha dejado de ser coto privado del correísmo y que hemos recuperado para expresarnos). En medio de una situación tan desoladora, injusta e incomprensible, es alentador ver que hay voluntades inquebrantables y que poco a poco se va sumando gente; no tanta como uno supondría, por la gravedad del caso, pero todo apoyo se agradece.
Sin embargo, no deja de ser triste constatar que todavía son demasiados los que no alcanzan a ver que este no es un problema del periodismo o de los periodistas, sino de la sociedad entera. El crimen organizado (como cualquier otro poder corrupto) quiere silenciar a los periodistas para que la sociedad no sepa de sus andanzas y seguir delinquiendo a sus anchas. Pero como leí en algún lado: Los ataques al periodismo y a los periodistas solo se combaten con más periodismo. En este plano la consigna es la misma: nadie se cansa; seguiremos haciendo el periodismo que la esfera pública necesita que se haga.
Y a fuerza de constancia, no tanto de masa, esta protesta va creciendo, y su mensaje se hace escuchar más lejos y cada vez más claro: nadie se cansa, aquí nos vamos a quedar hasta que el Estado haga lo posible y lo imposible para que nuestros compañeros vuelvan.
Aunque periodistas de distintas generaciones y medios hemos ocupado la Plaza Grande y las redes sociales, los más activos y recursivos (con carteles, instrumentos musicales, ideas de consignas y organización) han sido los periodistas más jóvenes de la redacción de este Diario. Mis respetos para Valentín, Carla, Diego, Ana Cristina, David… no puedo nombrarlos a todos, pero ellos saben quiénes son. Para reclamar no solo hay que ser valiente, sino también paciente; quienes nos hemos convocado durante las noches frente a Carondelet, tengan la seguridad de que al menos contamos con la segunda cualidad: aquí, nadie se cansa. Seguiremos esperando y preguntando por ellos hasta que los traigan de vuelta. Tenemos oficio en esto de esperar.