El año pasado, cuando la cantante española Concha Buika se presentó en el Teatro Sucre, contó que ha decidido nunca más sentir culpa y que la manera en que evita ese sentimiento es asumiendo su responsabilidad. Por eso, dijo, cuando se equivoca o comete un error, lo primero que hace es decir que la embarró.
Esa actitud es inusual en este país. Aquí lo común es que “se bajó la llanta”, no que “me di un veredazo”; que “me cogieron los chapas”, no que “cometí una infracción de tránsito”; que “el profesor me puso una mala nota”, no que “no estudié”; que “los lectores no entendieron mi columna”, no que “escribí algo confuso”. Aquí nadie la embarra.
Nuestra aparente perfección, nuestra aparente capacidad para nunca embarrarla, demuestra la constante evasión de nuestra responsabilidad. Pues alguien más se equivocó, yo no. Yo no tengo nada que ver con ese relajo. El problema de que no asumamos nuestra responsabilidad es que no enfrentamos la realidad y, como consecuencia, ni reflexionamos sobre nuestros actos ni, peor aún, tomamos correctivos.
Por eso es difícil resolver problemas en este país. No hay responsable. Para el Gobierno, son los medios, la partidocracia, los poderes fácticos, el consumismo y la CIDH. Para la oposición, el autoritarismo, el precio del petróleo, Chávez y los chinos. Para el empleado, el sicópata del jefe. Para el jefe, el inepto del empleado. Para el estudiante, el idiota del profesor. Para el profesor, los vagos de los alumnos. Si nadie reconoce que la embarró, cómo se va a dar con una solución y quién va a cambiar su conducta.
Otra consecuencia de nuestra ausencia de responsabilidad es algo que trascendió la semana pasada: en el último año, el Ecuador cayó de la posición 93 a la 98 en el Índice Global de Innovación. Innovar es crear algo que nunca ha existido. Es un proceso en el que necesariamente tiene que haber equivocaciones. Pero como aquí nadie se atreve a embarrarla, prácticamente nadie innova.
Cuando uno comete un error y no asume su responsabilidad, lo que siente es culpa. Y para eso sí somos unos maestros. El culpable se siente mal y se azota, en lugar de reflexionar. Luego, obviamente, repite la conducta. Entonces se vuelve a sentir culpable y se vuelve a azotar. La cadena continúa eternamente, porque, como no medita al respecto, su comportamiento no cambia. Por eso los culpables son buenísimos para quejarse, mientras que los responsables aceptan el error, analizan el problema y buscan soluciones.
La utopía de ser perfecto es un infierno. El perfecto no se equivoca; de ahí que ni resuelva sus problemas, ni piense en alternativas, ni aprenda. Esto quizá se deba a la idea infantil de que admitir un error es una muestra de debilidad. Concha Buika no sólo es una gran cantante, sino que cuando dice que la embarró se le ve valiente y guapa.